26.10.19

Jabalí


Anoche los perros armaron una escandalera muy poco habitual. Ladraban como descosidos, gañían incluso entre ladrido y ladrido, como lamentando que no pudieran saltar la valla. Después de llover es frecuente que aparezcan lámparas por los ribazos, de gente que sale a buscar caracoles, y los mastines no dejan de ladrar hasta que se apagan las luces y se largan sus generadores. 
Pero no eran caracoles. Esta mañana he esperado a que amaneciera para acercarme a la parte de la valla donde se desgañitaban. En la terraza de abajo, cruzando la acequia, había un corro de unos diez metros de diámetro de maíces aplastados. Lo más probable es que una cerda viniera con sus rayones y, como suelen, se revolcara por las cañas hasta que tronchó unas cuantas y las crías pudieron comerse las mazorcas en el suelo. 
Es un método inteligente de darle de comer a la familia, y lo malo no es que vuelvan esta noche y las siguientes, porque los perros, al ver que no salen del maizal, acabarían mirándolos callados, sino que pronto escuchemos disparos en mitad de la noche y un perdigón (o una bala) acabe enfriándose en la sangre que no debe. «Yo, cuando voy a las esperas, solo apunto a la cabeza», comentaba el otro día un albañil que estaba repellando las paredes del azud. Luego contó lo de los rayones, lo sabia que es la naturaleza y todo eso, y cuando acabó se hizo un silencio en el que cabían las palabras que no dijo sobre las crías, a las que supongo que sería más difícil acertar en la sien.
Al primer disparo que se escuche meteré a los mastines en el taller, a que duerman encima del serrín en tanto se consuma la matanza. Estoy convencido de que si en mitad de la refriega les abriera la verja, en vez de ir directos a por los rayones se tirarían como lobos al furtivo. Los mastines defienden, no atacan. El albañil del azud decía que hay «una plaga» de jabalíes que destrozan las cosechas, por más que el maíz sea un pariente del yermo, que sus dueños se ocupen de él de ciento a viento, casi siempre para regar a manta, si es que riegan, y que entre unos y otros hayan extinguido los huertos de buena parte de la vega. Por qué será que los cazadores siempre necesitan alguna excusa.

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