4.10.19

Arce


Cuando fuimos a comprar unos plantones de arce al vivero provincial, pregunté a un operario cómo de grandes se hacían. Él me señaló uno imponente que había en la entrada, y a mí me pareció que era lo que estaba buscando. En aquella época solo perseguía la sombra. Pero el hombre se sonrió como si me estuviera tomando el pelo, y compartió la sonrisa entre sus presuntos cómplices. Hace un par de años, los cuatro arces ya eran más grandes que el que me enseñó el listo aquel. Tanto, que habían creado una pantalla de hojas que hasta bien entrada la mañana no dejaba que le entrase el sol a los tomates.
Así que los podamos. Estas especies resistentes y meleables admiten, por lo que leí, podas salvajes, como las de los plataneros que se ponen en las piscinas, que acaban siendo un tronco con pelambrera. No dejé ninguna rama, y a la primavera siguiente el arce se erizó de varas muy rectas de hasta cuatro metros de longitud que luego sirvieron para rodrigar las judías. Como pasa con los chopos cabeceros, en el uso encontramos la ilusión del ecosistema. Los arces ya estaban como aquel que me enseñaron con guasa en el vivero, grandes, como espigados. Ahora el tronco engorda y en la cabeza cicatrizan las varas del año anterior y salen nuevas, cuyas hojas amarillean antes que las de los chopos y dejan pasar la luz pero no la visión. De vez en cuando pienso si estos arces estarán también quitando el sol a los pepinos. Hay árboles que entran en la categoría de talables. Con el majestuoso sauce ni me lo plantearía. 
Trajimos estos arces proletarios en la época de los árboles ornamentales, castaños de indias, plataneros, los odiosos ailantos, sin contar con «el chopo y el sauce de fronda verdicana», que dice Virgilio, a la que siguió la época de los frutales, como si el tiempo nos hubiera hecho pasar del frívolo jardín al hacendoso huerto, o estuviéramos adaptando las especies ornamentales a la humildad campesina. Ahora está la cosa en equilibrio. De la botánica bella y poco fructífera, todavía quedan, aparte de las flores, algún abeto traído del Baztán y unas lagerstroemias recién nacidas que solo dentro de muchos años dejarán de ser cursis arbolitos esmirriados y empezarán a parecerse a los monumentales arbustos que presiden la entrada de Itzea y que Baroja, por cierto, tampoco vio.

2 comentarios:

  1. Veo/leo, Antonio, que tienes un exuberante otoño. Me acabo de pegar una larga leída de tus hojas y, como el tema invita, te anoto cosas.
    Este arce negundo es el único de su género que tiene la hoja partida, presenta pues un aspecto bien alejado del resto de sus hermanos. Para mí esta especie es la "última que se viste y la primera que se desnuda", tal como decía tu padre.
    A raíz de tu comentario sobre el bodegón de Sánchez Cotán, creo que nunca te he comentado el recuerdo en la forma de colgar la col con las que figuran en primer plano en el cuadro de Ford Madox Brown, "The last of England".
    Voy a seguir hurgando en tu hojarasca.

    ResponderEliminar
  2. Y además es sobre tabla. Qué lástima no tener tus comentarios antes de escribir la bernardina, pero ya les iré buscando sitio, ya. De las coles aún no he hablado, y el arce volverá a salir. A ver qué da todo esto de sí.

    ResponderEliminar

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.