22.2.24

Susto

Cuaderno de invierno, 64


Tenemos fundadas sospechas de que ayer Galán debió de pegarse un buen tortazo al bajar las escaleras del jardín. Como no hay hojas en los árboles y han quemado las hierbas de los cuellos, de los taludes y de los ribazos, los gatos no pasan desapercibidos ni se emboscan, y se pasean con descaro por los huertos de alrededor. Galán, en cuanto los guipa, sale como una centella, baja las escaleras de cuatro en cuatro y corre hasta la valla, donde los amenaza con su ronco ladrido. En una de esas estampidas atolondradas debió de resbalarse o doblarse una pata porque luego, cuando salimos a llamarlos para que se recogieran, Morena subió con su parsimonia de siempre y Galán puso las patas delanteras en el primer escalón pero no se decidió a subir. Nos miraba, olisqueaba la escalera, volvía grupas y se volvía sin saber muy bien dónde marchar, como si quisiera subir pero le diese reparo. Estuvimos contemplándolo un buen rato, a base de caricias y buenas palabras, llevándolo y trayéndolo para cerciorarnos de que no cojeaba ni renqueaba. Morena lo esperaba arriba, a la puerta del invernadero, con mirar triste y paciente. Y allí nos mantuvimos, aguardando a que se decidiese, sin agobiarlo, pero él no se sentaba ni se daba la vuelta y se iba, síntoma de que tenía ganas de tumbarse en su colchoneta pero una barrera invisible se lo impedía. Unos minutos después, cuando el instinto le hizo sentirse seguro, subió las escaleras con cuidado, nosotros íbamos detrás, con las manos extendidas pero sin tocarlo, como aquel que acompaña a quien está aprendiendo a montar en bicicleta o da sus primeros pasos después de mucho tiempo escayolado, y se metió en su guarida y ha dormido tranquilo, los ronquidos se oían desde el comedor.
Pero esta mañana no ha hecho sus rondas de reconocimiento ni se ha dedicado a espantar a las palomas que pasan la noche entre las ramas de los pinos. Se ha tumbado allí donde le señalaba el primer rayo de sol, algo mohíno, los belfos caídos, los ojos pequeños, y Morena, que suele engolfarse tras los aligustres hasta que empieza la calor, se ha tumbado junto a él, atenta, como los amigos fieles que no se van ni dicen nada. No le hemos visto nada raro al andar, pero ahí ha estado, quieto, como esperando a que se pase el susto.

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