6.2.24

Gato

Cuaderno de invierno, 48


Los gatos campan a sus anchas, siempre a prudente distancia. Cuando llegaron los mastines, más de uno que solía dormir por aquí pagó la confianza con la vida, pero luego siempre se mantuvieron fuera de su alcance, a veces más allá de la valla, sentados tranquilamente, observando cómo Galán y Morena los miran y se desgañitan, pero otras veces se pasean incluso por dentro del jardín, cuando saben que los perros están tirados debajo del nogal o se han metido a dormir en el invernadero. Entonces escogen un recodo, una silla vieja, unas hojas secas, y allí se quedan, o deambulan por el cuello de la acequia, a donde los mastines no pueden acceder, e incluso han llegado allí a criar. Una vez escuchamos un gatillo que maullaba en el aljibe vacío del vecino. Nos asomamos y allí estaba, recién nacido, lleno de tarquín y sin posibilidades ni de salir él del aljibe ni de que la madre fuese a recogerlo. Nos las arreglamos para meterlo en un cubo atado al extremo de un varal y lo sacamos de allí, lo limpiamos, lo secamos y lo dejamos donde calculamos que la madre lo había perdido, que no tardó en volver muy sigilosa para llevárselo con las otras crías. Era un gato blanco con la punta del rabo de color canela. A él o a alguno de sus hermanos lo seguimos viendo por el jardín con cierta frecuencia, como si supiese que aquí no pasan cosas malas, pero también consciente de cómo hay que guardarse de los perros, a qué horas se puede pasar por delante de la casa sin alarmarlos y a qué distancia tiene que estar la valla para subirse si vienen mal dadas. A veces me lo encuentro y le digo algo, pero él no se escosca. Morena es lenta y tampoco lo agarraría, pero Galán tiene unas arrancadas de velocista y en un descuido podría engancharlo. No lo creo. A veces los oigo ladrar desaforados y me asomo y no solo está ese gato sino algún otro colega más, lamiéndose despreocupadamente, o mirando a los mastines con esa mezcla de atención y poco miedo con que los gatos cuidan de sí mismos. Poco a poco van haciéndose con su terreno y sus horarios. Llegará el día en que los mastines ya los den por imposibles. Aún hemos de verlos juntos cuando sean viejos, tomando el sol.

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