Cuaderno de invierno, 90
Otros años esperaba a San José para podar las parras. Esta vez empecé antes, pero vinieron las lluvias y tuve que parar. Dejé listo el emparrado de la leñera, cuatro parras de uva blanca sin pepita, el que más produce y el que más cuidamos para que se extienda por encima de los fierros. Podé también una parra muy antigua, junto al ciruelo silvestre, que corre por la cornisa de un muro. Al ir a sujetar uno de los troncos retorcidos me quedé con él en la mano. Ni siquiera crujió. Esa parra se plantó, junto al almendro viejo, los ciclamores de la acequia, el ciruelo venerable, un par de cerezos y los álamos más grandes, cuando mi familia llegó aquí, el año que viene hará cincuenta años. Y sí, habrá sabinas centenarias y alerces de la edad de piedra, pero estos árboles domésticos se hacen igual de viejos que sus dueños, algunos enferman y mueren cuando cumplen medio siglo, otros rebrotan cerca del suelo, o se extienden a partir de raíces poco profundas. Todo se aprovecha y el tronco viejo de la parra lo he cortado en palos para preparar unas brasas cuando llegue el buen tiempo. Mientras lo sujetaba para serrarlo me he visto la mano, nudosa, con las venas azules, la piel cuarteada, las falanges más huesudas. Esa vid la plantó la mano tersa de un niño y la corta la mano sarmentosa de un señor mayor. Pero no he sentido pena, en absoluto. Me gusta ver los ciclos que se cumplen, acompañar a los árboles como ellos me han acompañado a mí. En las culturas antiguas, muchos de ellos, ya secos antes de cortarlos, servirían como pira funeraria. Llegar al final de un círculo puede que dé un poco de melancolía, pero también la íntima satisfacción de haber visto una vida entera, aunque sea la de un árbol.
Se quedó a medias, en fin, el porche de la entrada y las parras viejas del cenador. La de la entrada es relativamente joven, solo tiene treinta años y de los dos troncos salen sarmientos muy gordos que cada año podo al ras para que broten más arriba. La otra también es anciana, cualquier día me daré cuenta de que ya está seca. Pero entretanto ha crecido un nogal que asegurará la sombra otro medio siglo, para otros que vengan a tomar el fresco, y a verlo crecer.
Nunca digas respecto a nada: “lo he perdido”. Piensa: “lo he devuelto.”
ResponderEliminarIncluso de uno mismo, sí.
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