17.3.25

Pétalo

Cuaderno de invierno, 88



En el suelo del patio, sobre las losas de rodeno, había esta mañana unos pétalos de almendro. Las flores salieron las primeras, como siempre, con su catálogo de nombres para manuales de botánica. En el árbol se quedó el diccionario morado de estambres y carpelos, pero el viento se llevó los pétalos. Es, además, el viejo almendro fundacional, el que se hizo grande y se estaba secando pero lo manteníamos porque sin hojas parecía vivo y tenía esa languidez japonesa de ramas que se comban pero no terminan de venirse abajo. Este año le serramos una de las más grandes, con miedo de que lo acabásemos de rematar, pero a finales de febrero se volvió a cubrir de flores. Días atrás me fijaba en que junto a esas flores quedaban almendrucos que ni recolectamos ni se habían caído al suelo, algunos todavía con la piel pegada a la cáscara, negra y arrugada, como la momia de un escarabajo. Era el revivir entre los restos mortales del año anterior, los pétalos de un blanco violáceo y las almendras de un negro azulado. Pero dentro de cada estación hay sus pequeñas estaciones, y así hay un ciclo entero metido en el invierno, desde que brotan las almendras mientras todavía hiela por las noches y las laderas pedregosas se alfombran de ramos blancos y rosados, hasta que se van cayendo las primeras flores antes de que el tiempo se sosiegue. Allí tiradas en el suelo tienen algo de sangre diluida, junto a vainas del ciclamor y a pétalos minúsculos del durillo, que también está en flor, y algunas hojas del laurel, como si fueran el rastro de un crimen sin importancia. Tenían que haber durado más, pero el tiempo está agitado y han vuelto los vientos y las lluvias, ruedan otra vez las capitanas por el camino de entrada y por las noches vuelve a desplomarse la temperatura. Las plantas sufren los caprichos del entretiempo, algunas flores nacen antes de lo aconsejable, pecan de ingenuas, se asoman al sol y luego pagan su alegría temeraria. Estos pétalos están inmaculados. De aquí a dos días se habrán puesto amarillos. Cuando rompan los frutales estarán a punto de desintegrarse, mientras los de otras ramas más resguardadas del almendro habrán resistido los últimos coletazos del invierno. Son pétalos de juventud segada prematuramente, nacidos antes de llegar la primavera, muertos antes de que el invierno se vaya. 

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