20.3.25

Primavera

Cuaderno de invierno, 91



Pero el invierno no ha dicho su última palabra. Por la noche ha vuelto a helar, la lluvia se ha espesado en copos leves que el viento agita en remolinos. Los perros se refugian de la lluvia pero los desconcierta el ulular del viento y entran solos al invernadero. En casa, junto al fuego machadiano, uno casi que se alegra de este último bramido, canto de cisne frío, y que la alegre primavera tarde un poco más en dar la lata. Es el espectáculo del entretiempo, las fuerzas contrarias enzarzadas en combate singular. Ayer los hortelanos iban por el camino del río con la chaqueta al hombro y una brizna de hierba entre los labios; hoy han vuelto a sacar el chambergo y caminan encorvados, con la boina calada y las manos en los bolsillos. Es como el final intenso de una pieza que languidecía, remansada, como si algo pudiera terminarse poco a poco. Hasta del leño que se apaga brota una última llama. Esta mañana veía desde mi estudio a un verderón dar cuenta de los capullos del melocotonero, a punto de reventar, pero esta tarde habrá buscado algún tronco hueco en el que pasar la noche. A pesar del viento y de las bolisas de matacabra que golpean en los cristales hay un resurgimiento del silencio. El invierno ruge desde su lecho de muerte para acallar de nuevo a cuantos celebraban su despedida. Hasta el rabo todo es toro, y me alegra que así sea, salir del invierno con espíritu invernal, prometérmelas felices con un desapacible arranque de la primavera, lluvioso y destemplado, de fiestas aguadas y cristos con paraguas, lo suficiente para que no suban por el valle los ecos de las trompetas y guardemos el silencio como la imagen que volvemos a mirar un poco antes de emprender la huida.
    Me quedaría en el invierno, en este recogimiento. La soledad del frío es también el reencuentro con uno mismo. Levanto la mirada para recordar y los mejores momentos de la infancia llevan un jersey de lana, huelen a estufa y a goma de borrar, a cielos grises y labios cortados. La sombra luminosa de la primavera es como la obligación de sonreír, y en estos últimos momentos del invierno uno se siente como el actor que aguarda detrás del escenario y mira el cielo por si arrecia la lluvia y obliga a que suspendan la función.

2 comentarios:

  1. Jesús Villel1:57 p. m.

    Antonio, como siempre, te luces cuando hablas de la naturaleza, del huerto, de los animalicos … Lo cercano es importante, esencial diría yo. Enhorabuena, compañero.

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    1. Anónimo7:05 p. m.

      Gracias, Jesús. Este cuaderno lo empecé hace cinco años, pero la vida se interpone. Espero que los dos que me faltan no tengan tantas interrupciones. Un abrazo.

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