2.10.19

Almendro


Una vez muertos y talados los manzanos originarios, cuando esto era una ladera inculta, el almendro que hay junto a los ciclamores es el primer árbol que se plantó en la casa. Tiene dos ramas gruesas, una de las cuales hace años que está seca. En verano llaman la atención las ramas muertas, de un gris verdoso, mohosas, quebradizas, que penden sobre el huerto como memento mori al que todo el mundo reacciona preguntando por qué no las cortamos, por qué no evitamos esa presencia de la ruina, como si fuese feo, o inútil, o peligroso.
La razón es que, en invierno, cuando se queda sin hojas, es difícil distinguir las ramas muertas de las vivas, tienen todas una leve languidez que en los días de nieve componen una estampa japonesa, y no es la única, porque las catalpas y los cerezos tamibién orientalizan el jardín. Conforme avance el otoño, el espíritu de Sesshu nos irá reblandeciendo. 
No creo que la corte. Las podas severas alargan la vida solo de los árboles que tienen vida. La otra rama grande sigue echando hojas y da un puñado de almendrucos cada año. Prefiero, como con los cerezos enormes, observar su lento irse, esperar a que un día de viento la rama cruja y caiga sobre los bancales en barbecho. Ese día, como una hormiga, quebraré con la mano las ramas más finas y haré leña del resto, y ese mismo día encenderé la chimenea con el viejo almendro, y cuando al día siguiente vacíe las cenizas en el cubo, las verteré en su mismo alcorque, más que para rendirle homenaje con un rito de ciclos biológicos, para evitar que se le suban gusanos.
Su continuidad, de todas formas, está garantizada. Hace ya unos cuantos años dejamos un rebrote que había salido a un metro del alcorque (fuera chupón de la raíz o almendra que se hizo almendro), que ya cubrió la vara verde con corteza de arbolillo, y al que hemos dejado también dos ramas principales, como a su hermano mayor. Claro que nadie garantiza que el retoño vaya a hacerse tan longevo. Nos lo recuerda Góngora, cuando, en la Soledad Segunda, el pescador Micón canta sus quejas a Cloris, «escollo de cristal, meta del mundo», pero advierte: 

Mira que la edad miente, 
mira que del almendro más lozano 
parca es interïor breve gusano.




2 comentarios:

  1. Pareciera que florecen
    pero nada en un poema florece.

    Ninguna palabra germina como germinan
    las semillas de naranjo o el cáñamo
    o el té o la canela. O el árbol
    cuyas raíces levantan
    tumbas sin nombre o la amapola
    o las violetas que mi madre
    ponía los domingos en un jarrón
    y que tiraba a la basura
    aún frescas.

    Un beso desde estas honduras
    Manuel Villalba.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Manuel. Para estos comentarios escribe uno.

    ResponderEliminar

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.