19.11.19

Tierra


Esperaba este momento del otoño para elegir el tono con el que quiero pintar las columnas del cenador. Durante mucho tiempo han estado pintadas de azul, un azul ultramar muy luminoso que llamaba la atención desde el camino. Hasta ese azul, aplicado con látex transparente, llegué buscando un toque de distinción tradicional. Es el único que pega con las fachadas terrosas de las casas de los pueblos, el que usan los albañiles para marcar las líneas, el azul de los zaguanes y de los polvos para blanquear la ropa, de los tejados de las cúpulas de las ermitas, del mono de ir al tajo. Me gustaba que sobresalieran esos tallos azules entre las paredes de ladrillo.
Pero este año la contemplación del otoño ha añadido a ese azul otros significados menos alegres. Es un azul mediterráneo porque es un reflejo del mar, y fuera de la costa es un color civilizado, doméstico, de azulejo levantino, de recuerdo de otra cosa. Ello me llevó a pensar que debía ceñirme a la gama de colores que estoy viendo cada día en la tierra, las plantas y los árboles, pero no escoger un tono solo por su belleza sino por que fuera compatible con cualquier estación del año. El amarillo es verano y otoño, pero no del todo invierno y primavera. Los únicos colores que permanecen son los verdes perennes, los tonos tierra y los grises de las cortezas. 
Aquí la tierra es rojiza. En las primeras capas sale un gris calcáreo, pero pronto llegas al siena tostado que anuncia la arcilla. El verde es lo que se ha hecho siempre, verde acebo, verde serio, y el revoco de los muros ya está tintado de un amarillo pálido. Más me interesan los troncos de los árboles. Aquí la variedad abarca del gris claro, casi blanco de los chopos, o el un poco menos claro de los nogales jóvenes, al pardo de los troncos de los manzanos viejos pasando por el más granate de los plantones y el marrón morado en los cerezos, que con un poco más de amarillo da un hermoso carmelita, canela casi, parecido al tierra de Siena. Los carmelitas lo llaman castaño, como los toreros, y reúne el ideal morado de los taninos con el amarillo de la luz. Y además es el color de la tierra nueva del huerto. A lo mejor es tierra santa.

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