6.11.19

Albaricoquero


Al viejo albaricoque de la entrada le ha salido también una hermosa vertiente japonesa. Resulta que, hace muchos años, dejamos crecer un chupón de álamo blanco a muy pocos metros de él. Conforme crecía el chopo, yo iba enroscándole las ramas, que crecen casi paralelas al tronco, de modo que en pocos años era un tallo de cinco metros de altura con trenzas invertidas. La curiosa conformación de su ramaje le salvó la vida.
    Pero los chopos son malos vecinos, y al albaricoquero, que antes lucía una copa ancha y tendida, se le secó la parte que daba al chopo, como si cada raíz se ocupara de una rama distinta. Lo más probable es que el chopo lo esté secando entero y que la muerte, cualquiera sabe por qué, haya empezado por ahí. El caso es que esa mitad de copa sigue viva, y en vez de parecer lo que es, un árbol mutilado, en todo caso un santón con el brazo seco, ha adquirido un movimiento muy melodioso, sobre todo ahora que las hojas tienen ese amarillo tan fresco.
    En realidad es la última rama grande que le queda, que pasa sus últimos días con languidez y resignación. La vida de este albaricoque no ha sido fácil. Una vez, cuando estaba joven y lustroso, vino una excavadora a abrir la zanja para unos cimientos y en uno de los giros se llevó una rama por delante, la arrancó del tronco, la corteza se rasgó y dejó al aire una herida profunda.
    No solo sobrevivió el árbol sino que al año siguiente se llenó de unos albaricoques muy dulces. Sin embargo, como si hubiera sido una reacción desesperada, ya no volvió a dar grandes cosechas. Es como los otros árboles decanos, un anciano que cada primavera nos sorprende con que siga vivo, y que nos está regalando unas imágenes más despojadas que nunca, en cierto modo más esenciales.
    Cuando, un año de estos, se seque del todo, el álamo rampante de al lado, que ya tiene el tronco ancho como un tambor, pasará a mejor vida, es decir, a ser un árbol trasmocho. Hasta ahora puede que perjudicase al albaricoque pero al menos no le quitaba el sol. A partir de ahora las ramas jóvenes crecerán más extendidas, y aún queda tiempo para que formen vigas con las reparar el techo del cobertizo. Siempre hay un cobertizo que se hunde.

1 comentario:

  1. Observo en algunas fruterías de Barcelona que ofrecen falsos melocotones de Calanda.

    Gracias por tu lección magistral sobre los albericoques.

    Saludos

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