27.11.19

Rama


Conforme caen las hojas y reaparecen las ramas desnudas emerge también el dramatismo de los árboles. En su elevación llevan implícito un movimiento de impotencia, de clamar sin ser oído, de sentir el escalofrío de la emoción, igual que cuando, al escuchar un pasaje especialmente conmovedor, uno se yergue y cierra los ojos y queda, tieso y derrotado, a merced de la música. Esto no tiene mucho que ver con la semejanza de las ramas y los gestos. No hablamos de las ramas de las hayas, que parecen las manos de una bruja de cuento, sino de esa aspiración vencida, esa derrota valiente que da más incluso que pensar que cuando el árbol está lleno de hojas verdes. Ahora sus esqueletos se revelan frágiles, como si, para soportar el mismo peso, cualquiera hubiera diseñado unas ramas más robustas. La economía de la naturaleza se encarga de que todo sea suficiente.
Ni siquiera en las sargas y en los sauces permanece la languidez de cuando estaban frondosos. Ahora empieza a traslucirse una especie de maraña desesperada, el sinuoso huir de las ramas y ramillas en busca de aire y de luz. Tras la melancolía del desmayo hay una madeja de brotes que quedaron a medio camino de sus aspiraciones. Con las catalpas, incluso ahora que son cuatro rayas negras, la disposición de las ramas invita más a esa melancolía, a la dulzura de lo sostenido, al recogimiento cabizbajo. También los frutales tienen ese doblegarse de ojos cerrados que a mí me suena tanto a japonés. Pero en los chopos se ve otro aire más romántico, sobre todo cuando no crecen rectos y su desarrollo es un equilibrio que parece muy precario, como si estuvieran siempre en el momento justo en el que uno empieza a perder el equilibrio y alza los brazos para compensar el peso, o cuando, lenta pero inexorablemente, como se suele decir, el árbol empieza el movimiento que pronto se acelerará con su caída. El escalador que se da por vencido y suelta sus dedos de la roca tiene un momento en el que parece que puede mantener el equilibrio solo con los pies. Al percibirlo, las manos vuelven a buscar su agarradero, pero ya es tarde y el escalador desesperado lo comprende y se deja caer. En los chopos esta sensación de levedad es drama sin consecuencias, tragedia sutil, y en cierto modo un canto a la resignación.

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