5.11.19

Castaño, 2


Todo ha cambiado en dos días. Hasta ayer podía ser consciente de la evolución, las novedades se sucedían según la naturaleza de las especies: las que aguantan la clorofila más o menos tiempo, las que se deshojan por viejas o por jóvenes, las que resisten mejor o peor las primeras bajadas de temperatura. Ahora el parte de guerra duraría más que la situación. El otoño ha entrado en fase coral irreversible. En términos teatrales, ha empezado la apoteosis, o al menos el viento la ha adelantado, entera o una parte de ella, veremos.
De pronto me doy cuenta de que el odioso ailanto ha perdido el verde sin pasar por el amarillo, o que asoma el complicado ocre de los membrillos, al que este año tengo que estar muy atento porque busco color para una pared, o que en el muro que forman los árboles más grandes, el cerezo, el nogal, el castaño y, detrás, el chopo centenario, con la catalpa por delante, en cada árbol han empezado a secarse las hojas a su manera, cuando en verano apenas se pueden distinguir leves matices de verde bañados en luz.
Los días tienen también ese efecto de avenida, de arramblar con los detalles, arrastrarlos a todos juntos de manera que no podamos detenernos en ninguno. El verde es aún mayoritario, bastante uniforme. Los manzanos y buena parte de los cerezos conservan el tono más oscuro, estos ya moteados de ocre. Los álamos temblones ya están todos amarillos, pero los chopos blancos mantienen su color, y a pesar de su altura el viento no ha hecho en ellos ningún estrago. Pero los castaños han entrado en ese marrón enrojecido, como si estuvieran ardiendo sin fuego. Hay uno que solo puedo ver en esta época del año. Lo planté demasiado cerca del nogal y se lo ha comido, crece por dentro de las otras ramas, es necesario acercarse mucho para ver por dónde asciende su fino esqueleto, mucho más arriba que el castaño de al lado, aquel que se quemó, y que ahora, lleno de hojas requemadas, parece una cerilla gigantesca. Esta mañana había unas manchas cobrizas entre el verde amarillento de los frondosos árboles que lo acompañan, unas ramas negras con el reflejo de los primeros rayos. Dentro de unos días, cuando todos hayan perdido todas las hojas, el castaño volverá a ser invisible dentro de una maraña de ramas grises.

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