Cuaderno de invierno, 79
La poda, la profilaxis y la puesta a punto también les llegan a los mastines. Hoy venían los veterinarios con su botiquín a ponerles las vacunas correspondientes, auscultarlos, tomarles la temperatura y revisarles los oídos y la dentadura, y cortar un poco más de lo que lo hacemos nosotros esos espolones como cuernos que si los dejásemos crecer se les acabarían incrustando en las almohadillas de los dedos. Es curioso cómo la naturaleza de algunos animales obra en contra de ellos: también hay cabras y vacas que necesitan ser despuntadas para que los cuernos no se les metan en el ojo…
Antes íbamos con ellos a la clínica, pero entrar en la consulta era como meter un elefante en una guardería: avisábamos antes a los dueños de los perros miniatura, y sobre todo a los de los gatos, aunque los mastines, entre cautos e intimidados, entraban sin mirar hacia los lados, directamente a la consulta. Ahora son dos moles que para negarse a algo solo tienen que sentarse, y definitivamente no les gusta la ciudad artificial, de manera que cuando surge un contratiempo (pocos, porque son muy duros), viene el albéitar y les echa un vistazo. Ellos, que ya lo conocen, se portan bien, casi hacen cola para que les pongan la vacuna, con esa gravedad de niño serio, inmóviles mientras les clavan las agujas o les meten la linterna por el oído o el termómetro por el culo, y cuando la revisión ha terminado y todo el mundo se incorpora y les damos palmadas en la paletilla, ellos vuelven a su ronda habitual, a ladrar por los extremos del jardín, no sea que con el silencio sanitario se hayan acercado las alimañas, o a buscarse un sitio cómodo donde tomar el sol.
Y lo mismo sucede cuando han estado malos de cierta consideración, Morena con unas enzimas que le salían en el oído, Galán con una pata chula. No se mueven, no se quejan, un instinto de resignación y confianza los anima, o quizá les impide temer. Se defienden del mal con inmovilidad, se acercan en todo caso para que los acaricies y sentir algo de afecto en su cuerpo destemplado. Pienso en ello cuando surge algún problema de salud, intento adaptar esa misma quietud, esa silenciosa seriedad. Intento buscar un rincón al abrigo de la lluvia y de los vientos, y espero a que el dolor se pase.
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