1.12.13

Todos queremos más


Viendo Blue Jasmine me acordaba de una casera que tuve en los 90, una pija rococó a quien su marido engañaba de todas las formas posibles. Estaba tronada: citaba a los inquilinos en un hotel de lujo, para intimidarlos, y cuando le daba la vena venía al edificio del que vivía y montaba unos escándalos morrocotudos. Sus abogados trataban de calmar a los vecinos, y cuando ella los mandaba para apretarnos las tuercas con acusaciones falsas, ellos se limitaban a pedir por favor que no se lo tuviéramos en cuenta. Un día empezó a dar berridos en la escalera porque la del segundo se había retrasado unas horas en pagar el alquiler: “¡Me da igual lo que haya pasado en el banco! ¡Hoy me voy a comprar un sillón Luis XV con ese dinero y si no me paga la pongo de patitas en la calle!” Luego, mientras te trataba como a un insecto cuando venía, con ojos de loca, a inspeccionar el inmueble, acababa contando al estupefacto inquilino los secretos de cama de su ex marido y cómo y con quién se la estaría pegando en ese mismo momento.
               Así es Jasmine, en absoluto exagerada: los celos, el rencor y la mentira producen estragos, sobre todo si los riegas con vodka y con pastillas. Es el mal de la quimera, pero no como ilusiones perdidas balzaquianas, no la quimera de los novelones, sino el hundimiento de un delirio que se hizo realidad. Woody Allen retrata con la gracia de siempre este mundo de ricachones neoyorquinos: Jasmine descubre la infidelidad de su marido porque lo llaman del Ritz de París a decirle que se ha dejado en la suit un Rolex. La mujer florero (o búcaro de cristal de Bohemia, que viene a ser lo mismo) se queda sin nada, sin marido y sin dinero, aunque, en un click final marca de la casa, la última revelación de su hijo adoptivo, al que también pierde, nos enteramos de que, en el fondo, lo que la volvió loca no fue tener que abandonar su status y sufrir la dolorosa humillación de que alguna de sus amigas florero apareciese por la tienda en la que, horror, tuvo que ponerse a trabajar, sino haberlo provocado ella misma con sus celos incontenibles.
               En un mundo adoptivo como el de Jasmine (adoptada por sus padres, por su marido y por su clase) casi suena natural el desprecio con que, cuando Jasmine es rica, trata a su hermanastra pobre. En toda la película se dicen cosas que deberían ser para no hablarse nunca más. Incluso las dice gente que en una película de Ken Loach no tardaría nada en liarse a puñetazos, y a tiros en la de cualquier otro director. Y sin embargo hablan, sobre todo hablan, se hacen mucho daño pero no se agreden, se torturan finamente, juegan al bocajarro, unos a otros se llaman fracasados. La advocación de Plutón ha hecho que el mundo se divida en triunfadores y fracasados, con una urgencia que se ha visto obligada a prescindir de cualquier forma de moralidad, si bien es verdad que, en Estados Unidos, Madoff se convirtió en un apestado cuando lo trincaron, y aquí en España se hacen todavía más famosos y admirados.
El caso es que las alas de cera de Jasmine se han fundido y tiene que hacer mutis y largarse de Nueva York y pedir asilo en casa de su hermanastra, Ginger, que es cajera de supermercado, aparte de una actriz extraordinaria. Ginger tiene dos hijos sobrealimentados de comida basura, un exmarido precario que parece un luchador de xondo y un novio guapo y rudo, un mecánico temperamental (italianizante), tatuado y con cara de granuja. Cuando estos dos tipos aparecen en pantalla, la tensión crece porque damos por supuesto que serán, además de pobres, salvajes. Y no: son los únicos que tienen las cosas claras, nunca sustituyen las palabras por los golpes (el novio de Ginger le arranca el teléfono de la pared, pero hoy en día coger el teléfono de alguien y destrozarlo es un deseo muy común que se tiene todos los días), y no sufren, sobre todo el novio, de delirios de grandeza. Porque el descalabro de Jasmine llega incluso a infectar a su hermana, que se lía con alguien mejor que su novio. Y la propia Jasmin, a pesar de esa bata que le ponen en la consulta del dentista donde consigue un trabajo (y un jefe que se la quiere tirar), persiste en su idea de que solo regresando a ese mundo que ha perdido, solo con alguien mejor que el crápula de su marido, igual de rico pero más distinguido, podrá sanar su herida.
Y no. Triunfa la simplicidad, el mecánico italiano. El resentimiento que supuran los otros precipita su condena. Unos a otros se delatan, se descubren, y en ese fango de globos pinchados emerge la franqueza bruta del novio, que se limita a luchar por la persona a la que quiere mientras los demás están demasiado ocupados en dar palos de ciego para ser las personas que les han dicho que debían ser.
               He leído, a pesar de todo, malas críticas de esta estupenda película. Igual es también un poco de resentimiento, porque lo bueno de Blue Jasmine es que no solo la protagonista y su hermana caen en la ilusión de la quimera, sino el propio espectador. Cuando Ginger se lía con el técnico de sonido tendemos a pensar igual que Jasmine, que ese tipo es mejor. Y cuando Jasmine acepta trabajar para el dentista salaz y se pone esa bata nos da un poco de pena, como si no se lo mereciese. Y si podemos elegir entre el dentista sátiro y el diplomático pijillo, nos apetece más el diplomático para que Jasmine siga soñando. Pero no, de eso nada. Se acabaron los sueños peligrosos, oigan, nos dice el mecánico, el que trabaja con cosas que se pueden tocar, no con cifras que se pueden trucar ni con sentimientos que se pueden aparentar. Su victoria, y el lamento final de Jasmine, ya nos han cambiado a todos las simpatías. Nuestras propias expectativas eran también ilusorias. Hay un crítico famoso que dice que es que los chistes no le han hecho gracia y que por eso es una mala película. Otro que buscaba algo mejor, como mi casera.
              Hoy, por cierto, es el cumpleaños de Woody Allen. 78 años. Ese sí que es algo mejor, ese. Y por muchos años.

2 comentarios:

  1. Una crítica cabal, como se leen pocas. Por cierto, no tengo más remedio que suscribirla, ya que no hubiera sabido escribirla, ni siquiera esbozarla. Gracias.

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  2. Después de está crítica, solo nos queda ir a verla.
    Un abrazo
    Porcierto mi nueva url es:
    http://sinobjetivo.blogspot.com.es/

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