29.9.09

Una geórgica de José Antonio Muñoz Rojas (1909-2009)

Ha muerto, a los cien años, el poeta José Antonio Muñoz Rojas. En 1946, su hermano Juan le regaló un libro encuadernado en piel y relleno de impolutas hojas de papel del siglo XVIII. Para que el libro no se quedara en blanco, José Antonio dedicó un año a escribir geórgicas. De ese precioso libro, Cosas del campo, copio un capítulo en su memoria.

LOS VERDES

Cada verde tiene su punto. Dura poco y necesita su luz y aire propios. Estos trigos y habares, estos garbanzales: más apretado en unos, más gris, más azulenco en otros. Hay una ascensión en intensidad de color y altura de los pegujales, en esas hojas anchas, venosas, lujuriosas de los trigos, esa diversificación luego de la espiga, esa entrega pausada, llena de hermosura a la madurez, esa preñez del grano, esa obediencia al viento, primero fresca, joven, más tarde reseca y crujiente, por fin la negrura de la raspa, el amarillo total, la gracia de la plenitud, la belleza de lo cumplido.
Pocos campos de batalla como el de los haces abatidos y pocos órdenes más terribles que el que causan las segadoras en los sembrados. ¿Y no tienen como un eco del gemido de los rastrojos cuando los pisamos, un crujido que clama por toda la gloria abatida, por los días invernales de la ilusión, por el crecimiento primaveral?
Luego vendrá el arado a imponer otro orden, el de los surcos, a purificar y penitenciar la tierra para la nueva siembra.
Se cernirá una luz suave y arrepentida y, de surco en surco, saltará el pájaro picoteando el insecto extraviado y el granillo aparecido.


27.9.09

Fiesta del chopo cabecero

Chabier de Jaime Lorén me envía la información, el cartel y el programa de la Fiesta del chopo cabecero de Aquilar de Alfambra, que se celebrará el próximo 24 de octubre.


La fiesta del chopo cabecero

El objetivo principal es que la sociedad, y de modo particular, los colectivos o asociaciones en defensa de los ríos y de la Naturaleza, así como las administraciones (Gobierno de Aragón, Comarcas, Ayuntamientos y Confederaciones Hidrográficas) conozcan la problemática y tomen conciencia de la delicada situación en que se encuentran los chopos cabeceros con el objeto de coordinarse y tomar medidas para la defensa de este gran patrimonio natural, cultural e histórico.

Desde hace unos años se están llevando a cabo actividades encaminadas a difundir los valores de estos árboles añosos y monumentales obtenidos por la gestión tradicional en los valles de la cordillera Ibérica aragonesa. La Fiesta del Chopo Cabecero pretende ser un hito más en esta toma de conciencia y un punto de referencia para promover su recuperación. Se plantea como una jornada que cada año permita conocer las arboledas mejor conservadas, como una ocasión para celebrar la entrada del otoño en uno de los ambientes más hermosos, como un foro para celebrar y difundir los logros alcanzados a lo largo del tiempo, así como un ámbito de reconocimiento de la cultura popular, el paisaje y la biodiversidad asociada a este elemento patrimonial.

Los “cabeceros” son grandes chopos negros (Populus nigra) que han sido cuidados durante siglos por los agricultores para producir vigas, leña y forraje a partir de su ramaje. El particular porte de estos árboles es el resultado de la escamonda, práctica que consiste en podar a una cierta altura todas las ramas del árbol dejando tan sólo la base del fuste. Son, pues, árboles trasmochos. La repetición de esta corta cada doce años permitía obtener largas ramas aprovechables y la formación de un tronco cada vez más grueso y con un ensanchamiento leñoso en su parte superior, donde se soportaban las grandes ramas.

La madera era utilizada fundamentalmente como vigas para la construcción y, en menor medida, como leña y las hojas como alimento para el ganado sobre todo en comarcas que carecen de bosques importantes para su aprovechamiento. Esta práctica mantenía al árbol en un crecimiento prácticamente continuo, de forma que su tronco se hacía cada vez más ancho retrasándose de forma notable su decrepitud. De esta forma la mayoría de éstos árboles adquieren unas dimensiones considerables, dignas de árboles monumentales, superando por mucho la media de edad y tamaño estimado para la especie.

Sin embargo son árboles muy dependientes del manejo humano, necesitando la poda periódica para renovar el ramaje y favorecer su posterior desarrollo. Cuando se abandona la escamonda se producen fallos estructurales en el edificio vegetal. Entonces, se secan las yemas terminales y se desestabilizan las grandes ramas, por su peso o por el viento, lo que provoca su caída y el desgarre del mismo tronco.

El declive y envejecimiento demográfico, la falta de rentabilidad económica y la crisis social en el medio rural han causado su abandono y decadencia al faltarles el cuidado que requieren lo que está provocando su muerte. La falta de intervención y otros problemas asociados ocasionarán su desaparición en un par de décadas.

Los chopos cabeceros representan en muchas zonas los únicos árboles presentes en kilómetros a la redonda. Su desaparición supondrá, además de la pérdida de una de las mayores concentraciones de árboles añosos y robustos de la península Ibérica, un paisaje de gran singularidad dotado de personalidad propia y un acervo cultural tradicional legado por los antepasados.

PROGRAMA DE ACTOS DE LA FIESTA DEL CHOPO CABECERO

Aguilar del Alfambra, 24 de octubre de 2009

10.00 a 10:20, Recepción, bienvenida y presentación (Fuente de Aguilar del Alfambra)

10:20 a 13:00, Excursión desde el pueblo de Aguilar del Alfambra hasta el Molino de Ababuj donde nos encontraremos con los compañeros de Voluntarios (11.00). Por el camino de La Cerrada Barea volveremos hasta el Molino de Aguilar, por un paseo precioso que ofrece un paisaje otoñal único. Hacia el final de la excursión (12.30) se realizará una Demostración de Escamonda de un Chopo Cabecero, por el Sr. Herminio Santafé, uno de los más expertos podadores de chopos trasmochos.

A partir de las 13:00 - En el Salón de Exposiciones “Los Granericos” de Aguilar del Alfambra:

- Visita a la Exposición Colectiva de Pintura “Paisajes del Chopo Cabecero”

- Proyección del Audiovisual “La identidad de un paisaje”, por Fernando Herrero.

- Proyección del Programa “Actividades en los Ríos” del Proyecto VoluntaRíos 2009.

14:15 a 15:45, En la Nave situada junto a la ermita del Santo Cristo de Aguilar

- Degustación de queso de oveja artesano de Aguilar del Alfambra.

- Comida Popular (hay que apuntarse a los organizadores antes del 19 de Octubre)

16:00 a 17:30, Encuentro de personalidades, asociaciones e instituciones que impulsan la conservación de los ríos y, en particular, de los viejos chopos trasmochos.

- Homenaje al Sr. Herminio Santafé Nevot Amigo del Chopo Cabecero 2009

- Declaración de un Chopo Cabecero Monumental de Aguilar del Alfambra.

- Lectura de un Manifiesto Público

- Participación de:

o Asociaciones Culturales Locales

o Asociaciones de defensa del patrimonio natural y cultural

o Personalidades académicas y culturales

o VoluntaRíos

o Aguilar Natural

o Alcalde de Aguilar del Alfambra

o Autoridades

17:45 – 19:15, Actuación del Grupo de Música Tradicional “Astí queda Ixo! (Sierra de Gúdar)

Inscripción: 12 € (incluye Comida Popular y Concierto) a formalizar antes del lunes 19.

25.9.09

Geórgicas II, 6


6. Variedad de uvas y de árboles frutales. 83-108

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No hay solo una especie de olmo poderoso,

ni sauce ni azufaifo, ni entre los cipreses

de la montaña Ida, ni las pingües olivas

salen con pinta igual, que hay gordales y hay picudas,

y también amargas bayas tempranas; distintos

son los huertos de Alcino, los árboles frutales,

ni el plantón de las peras crustumias es el mismo

ni el de volemias gordas ni el de tarentinas.

Y no cuelga igual vendimia en nuestras cepas

que Lesbos del sarmiento recoge metimneo.

Están las vides tasias y las blancas mareótidas,

buenas son éstas para tierras gruesas, y aquéllas

para las más ligeras, y está la uva psitia,

para el vino de pasas la más recomendable,

y la pequeña lágea, que hará, en su tiempo,

que se trabe la lengua y tropiecen los pies,

y la uva temprana y la tinta, ¿y de qué modo

hablaré de ti en este poema, oh uva rética,

sin medirte a Falerno aún con sus bodegas?

Y están de recios vinos las amíneas, viñedos

que al rey avasallan del Tmolo y al Faneo,

y la blanquilla, uva de todas la más menuda,

con la que no podría competir ninguna otra

ni en caudal del mosto ni en vejez del vino.

No, uva rodia, no he de pasarte por alto,

grata entre los dioses como entre los postres,

ni a la de los racimos grandes, a ti, bumaste.

Mas no hay cifra que abarque las muchas variedades,

los nombres de las uvas, ni contarlos importa.

El que quiera saberlo pregunta por los granos

de arena que el viento mueve en el mar libio

por las olas que rompen en las costas de jonia

si el Euro azota más violento los navíos.

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20.9.09

Bastardos infames 2

En Pulp fiction hay una magnífica secuencia que nace de una imagen brutal, pero no explícita. John Travolta y Samuel L. Jackson van hablando dentro de un coche con un muchacho muerto de miedo en el asiento de atrás. A Travolta se le dispara la pistola sin querer y el contraplano es el cristal trasero del coche lleno de sangre y de sesos. Pero la cosa no acaba ahí, porque los dos merluzos no saben cómo limpiar el coche y sus ropas y se tienen que poner en manos de Harvey Keitel, que los trata como a imbéciles, y ellos obedecen como perros amaestrados.

Es decir, una escena de violencia no explícita da lugar a una secuencia sorprendente, divertida y, aunque sea involuntariamente, significativa. Nada de eso vi anoche en Inglourious basterds. Las escenas violentas se terminan en sí mismas, frecuentemente son el final y el sentido único de toda la secuencia, y, aunque no son muchas, su grado de explicitud no es nada divertido. Recuerdo ahora tres muy desagradables que sin embargo no vi en las muy violentas otras dos películas del principio de Tarantino. En tres ocasiones cerré los ojos porque yo sí quiero conservar el instinto de protección ante lo que me resulta obsceno. Esta explicitud puede ser un alarde visual, pero yo creo que empobrece la película. Cada vez que había una ensalada de tiros o una sangría de cuchillos, mi ánimo tarantiniano pensaba: ahora viene el giro imprevisto, la escena sorprendente, el resultado narrativo. Pero no. Eran el fin del chiste, uno detrás de otro, hasta el punto de que ciertas escenas se me hicieron pesadas no porque la película no vaya a toda pastilla (lo contrario ya sería el colmo) sino porque intuía que todo se iba a resolver del mismo modo.

La primera escena es un buen ejemplo de lo que digo. Los tiros empiezan cuando aún esperarías una o dos vueltas más de tuerca, esos momentos en los que brilla como en ninguno otro el talento de Tarantino. El momento en que Travolta y Jackson deciden esperar un poco más antes de freír a tiros a los traficantes aficionados. Es entonces cuando toda la tensión acumulada permite que floten libremente los diálogos en una especie de limbo pasado de rosca. En Inglourious basterds, el giro que da lugar al desenlace, el don de lenguas del demonio (y soy así de críptico por si resulta que alguien lee esto) es realmente bueno, pero todo lo que viene después (violencia no explícita, muy bien hecha, y sobre todo la huida de la chica) parece un resumen de algo que podría haber durado mucho más.

Esta sensación la tuve varias veces, la de que el ritmo narrativo se precipita demasiado deprisa y deja hilvanadas secuencias que el director no explota. Eso es lo malo, la ausencia de explosiones narrativas en dos horas y media de explosiones verbales y pirotécnicas. Pero eso le llega también a los personajes. Más de uno revienta, pero ninguno explota. Todos recordamos películas mucho más cortas de comando sucio, desde La gran evasión al Asalto al tren de Glasgow, en la que todos los miembros de la banda tienen algo personal y distintivo. Nunca se los confunde y todos muestran un rasgo de carácter especial. Aquí la mayoría de los bastardos son figurantes con frase, sin encarnadura dramática de ninguna clase. Y eso no necesita alargar la película dos horas más sino algo, algún detalle, un mínimo de relevancia personal, un defecto característico, algo aparte de su cara. Por ejemplo: el dominio de la situación que muestra en la taberna uno de los bastardos (creo que es el que apalea cráneos, no estoy seguro) merecería unas líneas más que nos metieran en el personaje, o por lo menos nos lo hicieran reconocer. Pero palma justo cuando empieza a resultar interesante, cuando empezamos a querer saber.

Y, al frente de todos ellos, Brad Pitt está en la onda de George Clooney en Oh Brother, con el problema añadido de que no tiene papel, y el que tiene lo ejecuta tan pendiente de la composición del personaje que me resulta demasiado plano, a veces incluso parece un añadido, como si hubiera hecho las escenas en su casa y luego las hubieran pegado. Tarantino dice que el papel era para Pitt y tal y cual, pero el resultado suena a imposición de la productora. Claro que todo puede verse de otro modo, y entonces, si lo comparamos con la estética del Cocodrilo dundee, el papel de Pitt cobra más sentido. En todo caso es absolutamente secundario.

Con los otros personajes importantes pasa tres cuartos de lo mismo. Las dos mujeres son muy buenas actrices, pero les falta papel. Después de la pasada de el dedo en la llaga, la espía no cambia de actitud con respecto a su misión, es decir, las posibilidades de reactivación, de dramatización de su personajes se quedan de nuevo a merced de la explosión final, que es lo único que cuenta. La dueña del cine, por su parte, hace algo que me sorprendió de veras: anuncia sus intenciones y después las sigue punto por punto. En el camino se deja muchas tramas apenas empezadas. Tiene tan pocas oportunidades de explicarse que nunca termina de desaparecer en ella el gesto de quien empieza a hablar pero se calla.

Los nazis son monigotes divertidos, que es lo que nos esperábamos. Y el aclamadísimo nazi políglota la verdad es que es lo mejor de la película. Si se lo compara con Brad Pitt, da la sensación de que Pitt no ha entendido bien su papel, o no le sabe sacar partido. O no había papel. El del nazi es estupendo, ciertamente, pero también sufre, en más corta medida, el mismo mal que todos los demás. Su final es por el morro, indigno de su inteligencia. Brad Pitt no se ha ganado el derecho dramático a vencer, y el nazi se comporta, por primera vez en la película, como un estúpido.

Se habrá pasado diez años preparándola, pero la cosa le ha salido un tanto desaliñada. Con unos servicios de seguridad tan deficientes, no me explico cómo no mataron a Hitler a los quince días de empezar la guerra. Ver al empleado negro trancar las puertas del cine donde está la plana mayor del Tercer Reich sin que nadie le pregunte qué está haciendo es algo que no trago ni en los cómics. Y lo mismo sucede al verlo luego morir por el alma de la abuela, sin dudas ni justificaciones, o no morir, no se sabe, porque su papel se pierde como se pierde el attrezzista tras las bambalinas, protagonista de una quizá buena historia que se queda resumida hasta la caricatura.

Veo que en todos los casos estoy insistiendo en lo mismo: todas las historias son demasiado potentes como para desarrollarlas enteras. Y esa es una duda que siempre he tenido, tanto en cine como en novela. En las historias corales, cuando los personajes son demasiado potentes se corre el riesgo de que les pille el toro y suene la bocina antes de que hayan hecho nada. La mejor manera de solucionarlo es, supongo, el trazo corto, la historia mínima, el protagonismo compartido, todo entretejido de modo que puedas ponerte de inmediato en el pellejo de cualquiera que salga y diga algo.

Tiene fama está película de que Tarantino trabajó mucho su guión. A lo mejor es eso, exceso de trabajo, pero a mí me sobró el apresto. La encontré veloz, pero poco fluida. Y en todo caso no me entregué a ella, que es el placer que yo estaba dispuesto a disfrutar con toda mi buena voluntad. Siempre queda el consuelo puramente estético de las imágenes, los planos, los montajes, la cosa técnico artesanal, que en este tipo es siempre impresionante. El incendio final casi arrancó entre el público algún oooh de esos que se escuchan en los fuegos artificiales. Sin embargo, sólo en una escena saltaron las carcajadas un poco descontroladas de los fans, los que fueron allí para reírse así desde el primer plano. Es la única escena, por cierto, en la que uno de los bastardos figurantes se reivindica como personaje. Con una palabra y un gesto de la mano, hablando en un idioma que no sabe, se nos mete en el bolsillo para el resto de la película. Lástima que faltasen tan pocos minutos para el final.

19.9.09

Bastardos infames 1

Esta noche voy a ver Inglourious basterds, y mañana por la mañana, en estas mismas circunstancias, contaré qué tal me ha ido. Hoy prefiero hacerlo sobre un fenómeno que sucede ahora como mucho un par de veces al año, y que consiste en esperar con impaciencia un disco que sabes que te va a gustar, o una película que difícilmente te defraudará, o un libro cuya tinta te bebes antes de que se seque. Ya no acudimos a esas obras por puro espíritu fan ni con la mano en la cartuchera, dispuestos a ser implacables, sino con la mejor voluntad para recuperar algo de nosotros mismos que nos agrada y que no quisiéramos que se perdiese. Woody Allen, Bob Dylan o Paul Auster representan más o menos lo que quiero decir. O bien Víctor Erice (este en dosis bien escasas), Enrique Morente o Álvaro Pombo. Hay muchos más, es el juego de nombrar ternas de héroes según criterios diferentes: por lenguas, por épocas propias, por épocas ajenas.

Esto lo hacemos en condiciones normales, pero ha habido años en que dejé pasar la película de Allen, y otros en los que Auster me sonaba fácil y repetitivo. Fui a Sevilla a ver a Morente con Lagartija Nick y me llevé un chasco morrocotudo, las novelas de contrato que está escribiendo ahora Pombo con Planeta me parecen siempre más de lo mismo, las ideas de siempre pero más estiraceadas, como los jerseys viejos. Eso sí, buscar alguna decepción relacionada con Dylan ya me resulta más difícil, sobre todo en los últimos años. Lo de Erice ya es pretérito pluscuamperfecto.

Y Tarantino está entre todos esos artistas que de algún modo van decorando el pasillo. Pueden gustarte más o menos sus películas, pero ya se han convertido en hitos generacionales, espectáculos para gente que añora la destreza y la desvergüenza que había en los 90, o quizá solo su propia juventud. Yo era un veinteañero cuando se estrenó Reservoir Dogs, o un poco antes Miller’s Crossing o Barton Fink, de los Coen, o el mismo año, el 92, otro de los hitos mayores de mi vida como espectador, El sol del membrillo. En los primeros cinco años de la década no había un mes en que no se estrenara un par de películas interesantes. Y si te quedabas en casa veías Doctor en Alaska, o lo grababas para dar calor a la resaca del domingo. Paso el dedo por la lista de estrenos que van de 1992 (año de Reservoir dogs) a 1994 (año de Pulp fiction) y el inventario es impresionante: Glengarry Glen Ross, Léolo, Sin perdón, Una historia del Bronx, Lo que queda del día, Misterioso asesinato en Manhattan, Azul, Vidas cruzadas, Balas sobre Broadway, Maridos y mujeres, Clerks, In the soup, Ed Wood, Quiz Show, La vida de bohemia… Incluso en España se estrenaron en ese tiempo, aparte del peliculón de Erice, Vacas, Acción mutante, Días contados o Justino, un asesino de la tercera edad.

Y lo bueno de las películas que acabo de nombrar es que casi todas eran apuestas inteligentes y sencillas, muchas de ellas rodadas con lo puesto, y muy distintas entre sí, a pesar de lo cual todas tienen algo que ayuda a componer la imagen estética del cine que me gustaba durante aquellos años: se basaban sobre todo en espléndidos guiones, plagados de diálogos que a veces se comían teatralmente la película entera, eran imaginativas y surrealistas, retomaban géneros populares y los ponían al día, estaban atentas a las contradicciones de las democracias hiperinformadas o manufacturaban historias de siempre con un dominio de las formas exquisito, cuando no un humor bien afilado, y encima acudían a escritores como Carver, Mamet o Ishiguro, que desde luego también leíamos entonces en papel.

Este es, en fin, el principio generacional que me lleva a reverdecer el entusiasmo por un estreno de Quentin Tarantino, y eso que desde Pulp Fiction sólo me gusta -y mucho, casi más que las otras- Jackie Brown. Pero cuando se estrenaron los dos volúmenes de Kill Bill yo no tenía la sed cinematográfica que tengo ahora, harto de no salir contento de un cine. Espero inteligencia, que es lo que siempre justifica el cine de Tarantino. Espero buenos diálogos y un manejo deslumbrante de eso que los cinéfilos llaman el tempo narrativo. Espero sangre divertida, desactivada su obscenidad gracias al sentido del humor, al alejamiento, a la irrealidad. Espero ver un comic, “un chiste demasiado largo”, quizá, como dijo Woody Allen de Pulp Fiction, pero un chiste de humor inteligente.

Por cierto, que muy mal la traducción oficial de Inglourious basterds. Como para verla doblada.

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