19.7.05

Excremento

Los vecinos del Ensanche de Teruel están muy alarmados por la proliferación de cagarrutas en la vía pública. Los ciudadanos han organizado reuniones y mesas redondas, asambleas, charlas coloquio y hasta ciclos de conferencias para tratar el tema.
Todas las iniciativas civilizadas son muy loables, pero yo tengo que echar aquí el viejo naipe del pesimismo. Mucho me temo que quienes no se paran ni a mirar dónde ha cagado su mascota seguirán haciéndolo, y como mucho disimularán cuando pase un guardia, y cuando los cojan in fraganti se defenderán acusando a cualquiera, o enarbolarán su derecho a ensuciar las calles porque también pagan impuestos, y si algún vecino, como se hacía antiguamente, se atreviese a censurar su actitud, estos individuos sacarían un jierro y llenarían el aire de blasfemias, amenazas y molinetes, o les achucharían al sabueso que hubieran sacado a mear, que suele ser tan torpe y violento como su dueño; y eso sucederá por más que, como pasa en las ciudades limpias, no haya un solo sitio desde el que el paseante no pueda ver una papelera, y aunque, como hacen otros ayuntamientos, el dueño de un perro tenga siempre a su alcance unas prácticas bolsitas, opacas y alargadas, que no se rompen ni se calan, para recoger con mimo, sin apretar, como se tocan los objetos delicados, las deposiciones de su perro.
Pero hay algo que no arreglan las bolsas de plástico. Da la impresión de que mucha gente estuviera perdiendo la vergüenza de ser estúpida o el complejo de ser bruta, como si creyesen que con su vida pagan sus destrozos, que les asiste el derecho a no pensar con la cabeza como compensación a una existencia que los decepciona. Pasan el tiempo imaginando recriminaciones a su incivismo, que ellos traducen en su cerebro enfermo como provocaciones para la pelea. Forman parte de una plaga de agresiva mala educación cuyo principio está en las inofensivas gualdas de los animalicos, pero sus dueños son los mismos que tiran las botellas rotas en el parque, y los que cuando van al monte se ríen de los guardias forestales y van a bañarse sin apagar el fuego.

14.7.05

Luto

Entre las interpretaciones que se hacen en España de cómo han reaccionado los ingleses ante el atentado de Londres, algunas muy pintorescas, me interesa la que se reduce a la manifestación del dolor y a la consternación general. Un amigo londinense me envió un correo el mismo día del atentado, y me dijo que le había impactado menos este atentado que el de Madrid. Lo achacaba a la lenta gradación de las informaciones, pero sobre todo a que se había cerciorado de inmediato de que ninguno de sus amigos iba a esas horas en esas líneas. Dicho de otro modo, el atentado de Madrid le descubrió un peligro nuevo, y recuerdo que en aquellas fechas hablamos bastante de lo que significaba para Europa, que era como sentir que el ameno parque donde paseamos por las tardes es parte de un campo de batalla donde pueden suceder tragedias espantosas. En el caso de Londres, meses después, no creo que se lo esperasen, por mucho que avisasen de que la seguridad absoluta era imposible (algo dramático de puro obvio), pero sí que, en cierto modo, lo tenían asumido, lo suficiente para no sufrir la horrorosa impresión que sufrimos en Madrid. La capacidad de acostumbramiento al horror es increíble.
Pero hay otra cuestión de carácter. Los meridionales expresamos nuestro dolor como si nos diese miedo el olvido, colaboramos en el luto para consolar a los que sufren y garantizarles que vamos a cultivar su memoria. Y nos parece una injusticia divina que los brazos y las mentes que hacen funcionar un país, la sangre que corre por el transporte público, mueran de manera tan absurda, asesinados a ciegas. Nos desesperamos de corazón, pero eso no nos da derecho a fiscalizar las lágrimas de los demás.
Los ingleses, por su parte, no creo que respondan al tópico de la ocultación del sentimiento (más bien sano pudor), sino que combaten el dolor librándose de él, por duro que pueda resultar a quien le haya tocado sufrirlo, y llevan a todos los ámbitos la racionalidad un poco cínica del individualismo que aquí sólo nos saltamos en momentos de desgracia. Sin embargo, de vuelta del funeral, aquí y allí, nadie conoce a nadie.

6.7.05

Toro

En las fiestas de San Roque, en Mirambel, a la costumbre de correr el toro por las calles se añadía en otros tiempos un epílogo curioso. El toro era conducido a la ermita del santo y allí se le obligaba a arrodillarse sobre una piedra que hay junto a un ventanuco. Era el toro del Amén, que es lo que decía el toro, en su lenguaje bovino, cuando, para obligarlo a arrodillarse, le retorcían los testículos. Después lo volvían a llevar a la plaza del pueblo y allí lo sacrificaban, supongo que de un hachazo en la testuz.
Digo que se hacía antiguamente y quizá no sea tan remoto, según he leído en el estupendo libro de Carolina Ibor y Diego Escolano sobre la música y la literatura populares en el Maestrazgo de Teruel. Adoro estos tratados etnográficos, la épica estremecedora que perfuma estudios como éste o como el que escribió Alexia Sanz sobre Ojos Negros, un libro muy recomendable para reprimir la tentación de la poesía barata.
Esos estudios nos enseñan que las descripciones objetivas de las fiestas son así de crudas. Las diputaciones provinciales deberían incluir en nómina a un antropólogo que redactase informes escrupulosamente fidedignos de las ceremonias taurinas, aunque sólo sea para contrastarlas con sus versiones pictóricas. Del toro de la Vaquilla, por ejemplo, siempre se pintan cuadros con un burel engallado, poderoso, como se lo puede ver cuando en la madrugada sale del toril, antes de correr hasta la Nevera y pasarse allí el resto del día en condiciones peculiares. Pero ese morlaco amenazador, a veces, no tiene nada que ver con el toro acobardado entre la multitud sin miedo, ni con el chiquero rodante que nos ahorra ver a algunos animales a rastras y con las patas ensangrentadas.
No queda nada bien que un antropólogo constate la maceración a fuego lento que debilita a las reses, pero sí que describa cómo algunas fiestas populares siguen centrando sus ritos en la atracción por el peligro real, no adulterado ni minimizado, y la admiración por la gallardía de los brazos que manejan a la bestia. Un poco más o menos lo que necesita la fiesta de los toros para no ser un fraude de lesa mitología.

Bernardinas

"Son unas razones que ni atan ni desatan, y no significando nada. Pretende el que las dize, con su disimulación, engañar a los que le están oyendo. Pienso tuvo su origen de algún mentecapto llamado Bernardino, que razonando dezía muchas cosas sin que una se atasse con otra"

Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española
En este blog encontrarás las columnas que publico semanalmente en el Diario de Teruel, así como la novela en curso Fabricación Británica, que empezó a escribirse el 1 de julio, y deber ser terminada el día 31.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.