6.7.05

Toro

En las fiestas de San Roque, en Mirambel, a la costumbre de correr el toro por las calles se añadía en otros tiempos un epílogo curioso. El toro era conducido a la ermita del santo y allí se le obligaba a arrodillarse sobre una piedra que hay junto a un ventanuco. Era el toro del Amén, que es lo que decía el toro, en su lenguaje bovino, cuando, para obligarlo a arrodillarse, le retorcían los testículos. Después lo volvían a llevar a la plaza del pueblo y allí lo sacrificaban, supongo que de un hachazo en la testuz.
Digo que se hacía antiguamente y quizá no sea tan remoto, según he leído en el estupendo libro de Carolina Ibor y Diego Escolano sobre la música y la literatura populares en el Maestrazgo de Teruel. Adoro estos tratados etnográficos, la épica estremecedora que perfuma estudios como éste o como el que escribió Alexia Sanz sobre Ojos Negros, un libro muy recomendable para reprimir la tentación de la poesía barata.
Esos estudios nos enseñan que las descripciones objetivas de las fiestas son así de crudas. Las diputaciones provinciales deberían incluir en nómina a un antropólogo que redactase informes escrupulosamente fidedignos de las ceremonias taurinas, aunque sólo sea para contrastarlas con sus versiones pictóricas. Del toro de la Vaquilla, por ejemplo, siempre se pintan cuadros con un burel engallado, poderoso, como se lo puede ver cuando en la madrugada sale del toril, antes de correr hasta la Nevera y pasarse allí el resto del día en condiciones peculiares. Pero ese morlaco amenazador, a veces, no tiene nada que ver con el toro acobardado entre la multitud sin miedo, ni con el chiquero rodante que nos ahorra ver a algunos animales a rastras y con las patas ensangrentadas.
No queda nada bien que un antropólogo constate la maceración a fuego lento que debilita a las reses, pero sí que describa cómo algunas fiestas populares siguen centrando sus ritos en la atracción por el peligro real, no adulterado ni minimizado, y la admiración por la gallardía de los brazos que manejan a la bestia. Un poco más o menos lo que necesita la fiesta de los toros para no ser un fraude de lesa mitología.

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