11.5.07

MATERIALES MODERNISTAS, 4

No sabía dónde poner a un personaje del folletín de este verano, si en un balcón o en la calle. Desde el principio pensé que para describirlo bien tenía que ponerlo en el balcón, es decir, para que fuese él quien describiera en tono decadente la procesión que pasa por debajo. Pero ese tono puede ser solanesco o dannunziano. O una mezcla de los dos, ya veremos.
En el estilo dannunziano, un personaje decadente necesita ver el mundo con imágenes del Renacimiento italiano. Lo mejor de estas imágenes son las palabras que las nombran. Cuando uno escribe, por ejemplo, “y aquellos prados de la aldehuela me recordaban vagamente a los paisajes de Sannazzaro”, lo importante no son los paisajes sino el nombre propio, su sonoridad. Esto es igual en D’Annunzio que en Valle−Inclán: pedrería. Casi todos los nombres de madonnas y de mecenas son versos por sí mismos. Basta la, esta vez sí, vaga imagen de algún autor italiano, pero estoy seguro de que si fuésemos a comparar los colores tal como los citan los modernistas nos llevaríamos un chasco. Es, como siempre, la historia del nenúfar. En España hay decenas de poetas que estuvieron con grandes maestros que empleaban mucho la palabra nenúfar y no habían visto nunca ninguno. El último, que yo recuerde, que se apropió de la tontería creo que fue Villena. Por cierto, que alguno de sus poemas de los 80 me vendrá bien también, En el invierno romano, por ejemplo, y por supuesto los libros neomodernistas de Antonio Colinas, que a mí me siguen gustando mucho.
Además de las imágenes de madonnas y pajaritos, esta pedrería verbal encontraba su perfecto acomodo en las genealogías. Hay una página de El placer, el inventario de antepasados ilustres de Andrea Sperelli, que parece una casaca cuajada de charreteras. Merece la pena copiar unas líneas:

Un Alessandro Sperelli, en 1466, llevó a Federico de Aragón, hijo de Fernando, rey de Nápoles, y hermano de Alfonso, duque de Calabria, el códice in folio que contenía algunas de las poesías “menos ásperas” de los antiguos escritores toscanos, y que Lorenzo de Medici en 1465 le había prometido en Pisa; y este mismo Alessandro escribió, con ocasión de la muerte de la divina Simonetta, siguiendo la moda de los doctos de su tiempo, una elegía latina, melancólica y lánguida, a imitación de Tibulo. Otro Sperelli, Stefano, en ese mismo siglo, estuvo en Flandes, en medio de la pomposa vida, de la exquisita elegancia, del inaudito lujo borgoñón; y allí se estableció, en la corte de Carlos el Temerario, emparentando con una familia flamenca.

Esto es lo que llamo “pedrería”. Esta tarde, en la librería Aviraneta, he comprado medio kilo de la mejor bisutería para los antepasados de mi marqués. Se trata de la España en la vida italiana del Renacimiento, de Benedetto Crocce, deliciosamente publicado por la editorial Renacimiento. Con el capítulo VII, ‘La sociedad galanta italo−española en los primeros años del ‘cinquecento’’, ya tendríamos para un párrafo muy apañado. Benedetto Crocce investiga los personajes en clave de la Cuestión de amor, libro de autor valenciano de 1513, cuyo enrevesado argumento de novella plantea la pregunta de “si se debe considerar más infeliz a quien ama sin esperanza o a quien la muerte le ha arrebatado el objeto de su amor”.
Esta frase, por ejemplo, puede leerla en el nuevo folletín Guillermina, la esposa neurasténica que me he inventado para el arquitecto Pau Monguió, cuya vida privada no tengo intención de husmear; de hecho, creo que soy más respetuoso inventándomela que diciendo la verdad, cualquiera que sea ésta. Pero, además, la clave que según Crocce esconde la novela nos llevaría a un divertido trapisondista valenciano que hizo carrera entre los apellidos ilustres y las ciudades con estatuas romanas (aunque a Andrea Sperelli, el de El placer, no le gustaba tanto el Foro romano como el palacio Farnesio, por una estricta cuestión decadentista, es decir, los Farnesio disfrutan de un lujo lejano, la reinvención del romano, mientras que los romanos sólo disfrutaban de sí mismos).
No voy buscando bradomines sino, en cierto modo, todo lo contrario. Por ese lado no corro el peligro de hacer el ridículo; por otros, quizá sí, pero por ese no. El decadentismo de don Leopoldo, el marqués de Posos, es de otro corte más floral, el de la doble vida. En la Probatura escribí que cultivaba todo tipo de flores que luego veía en el manto de la Virgen cuando pasaba debajo de su palacio las procesiones de Semana Santa (tengo que mirar a Gabriel Miró, las Escenas de la Pasión, otra página). Las flores son para el marqués el símbolo de sus dos vidas, el clavel que puede ir en el ojal de un banquete de promiscuación de los que organizaban los blasquistas en Valencia contra las procesiones, y el que puede ir en el manto de la Virgen María, seguido de autoridades y prohombres vestidos de negro. El marqués no procesiona porque prefiere verlo todo desde el balcón. Por lo menos esa duda ya la tengo resuelta.

2 comentarios:

  1. Habría que sacarse de la manga una editorial que sacase provecho (o más provecho) a sus folletines. Una casa a lo Caro Raggio, que tan bien, como sin querer, publicaba los folletines de don Pío.

    Me estoy acordando del "Silvestre Paradox", con la la cubierta ilustrada por Julio Caro, casi como un cómic...

    Nos conformaremos con papel folio y tinta de impresora. Que yo sepa no los publicó en formato libro...

    Un saludo, don Antonio...

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  2. 'Fabricación Británica' se publica en libro esta semana. Lo publica la editorial Certeza, de Zaragoza. En Madrid podrá conseguirse en la librería Aviraneta (en San Bernardo, a la altura de Quevedo), pero la editorial vende también por internet. Lo que no sé es cuándo la incluirán en el catálogo. De todas formas, si usted me facilita una dirección yo puedo enviarle un ejemplar. Sería un buen modo de agradecerle su interés.

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