20.5.07

MATERIALES MODERNISTAS, 6

¿Puede haber una novela modernista sin bohemia? Difícilmente, pero a estas alturas ya me pasa lo mismo que a Pla cuando tiene que tratar los años bohemios de Santiago Rusiñol, que pasa por ella de puntillas, como tapándose la nariz. Su opinión sobre la bohemia barcelonesa (que no vivió) viene a coincidir con la que manifestó Baroja con frecuencia respecto a la bohemia madrileña (que sí vivió). Lo que más les llama la atención, sobre todo a Pla, es la guerra contra la higiene que libraban los bohemios. Pla menciona el detalle de Els Quatre Gats, cuyo dueño, Pere Romeu, prohibió a los empleados que quitasen una sola telaraña del café. El dato no es del todo significativo porque yo conozco a personas que se duchan todos los días y también prohíben a su asistencia que quite las telarañas. Estamos equivocados con la suciedad de las arañas, pero ese es otro cantar.
El ser un guarro parece haber sido marchamo del artista bohemio español. Emilio Carrere se vestía en las funerarias, y los perros aullaban en la calle cuando les llegaba el hedor de la cadaverina. Cansinos−Assens, un formidable arsenal de anécdotas de este calibre, cuenta que, cuando fue a visitar a Alejandro Sawa en su casa, lo recibió vestido como una estatua griega, con una sábana anudada sobre uno de los hombros. La razón, no obstante, era que había tenido que empeñar los pantalones. Últimamente recordaba Ian Gibson en su libro sobre Antonio Machado que cuando Juan Ramón visitó al gran poeta vio que en el culo de madera rota de una de las sillas había un par de huevos fritos. (Más vale no hablar de la higiene de los poetas españoles: uno de los versificadores oficiales de la izquierda recordaba no hace mucho que en el sofá donde Alberti decía mil veces ¿verdá? solía haber peladuras de plátano y tomates despachurrados).
De todas formas, Pla me da una clave muy interesante para entender aquella bohemia de principios de siglo:

La vida bohemia imperó en la época de prosperidad que reinó en Europa entre 1850 y 1914. La alimentación no costaba prácticamente nada, se nadaba en la abundancia y las monedas eran duras, y aunque uno lo intentase, no podía morir de hambre. Desgraciado el artista que probase a vivir hoy como vivieron sus semejantes sesenta o setenta años atrás. No duraría dos días.

Es decir, la bohemia era un modo de vida tampoco tan heroico, pero tampoco tan marginal. A pesar de que casi todos estaban más enamorados de la vida literaria que de la literatura, y que, como dice Pla, muchos son bohemios “de segunda categoría”, no implicaba pérdida de dignidad. El caso de Valle−Inclán (un bohemio, este sí, de primera categoría) es extraño porque persistió en un modo de vida que a cierta edad ya sólo admite los tonos patéticos. Pero, otra vez, esa condición miserable que vemos ahora en ellos no era tal en su época. Pla describe así a los de “segunda categoría”:

Los bohemios auténticos, los personajes de las aburridas Escenas de la vida bohemia de Murger, son los de la segunda categoría. Esos individuos van vestidos de artistazos, llevan unos sombreros imponentes, e impresionantes barbas y cabelleras, pero generalmente su actividad transcurre al margen de cualquier producción artística. En la conversación afirman que aspiran día y noche a escribir una melodía, a pintar un lienzo o a realizar una escultura, pero en realidad unos se dedican a las pasiones del amor, otros a pasear por las calles y otros a una forma y otra de comercio. No es cierto que sólo hubiese bohemios en el ámbito artístico; los hay en todos los estamentos, entre los albañiles, tenderos, médicos, escribientes. Lo único que les distingue es que no se disfrazan, pero todos pueden pasar algo de hambre, sea más o menor: es el riesgo de ese temperamento. Ahora bien, el hambre auténtica, siempre la pasarán los padres de familia.

Rusiñol, por supuesto, es de los de la primera categoría. Le gusta la francachela, el ir disfrazado, el montar pollos estéticos y la vida nocturna, pero pinta sin descanso, y tiene talento. Su indumentaria se fue reduciendo con el tiempo a una hermosa síntesis de este tipo de bohemios: pantalones de pintor, chaqueta de pana corta y sombrero de paja de ala ancha, es decir, el traje que llevaba cuando hacía lo único que, cada vez más obsesivamente, a Rusiñol le interesaba, sentarse en un jardín y pintar un cuadro.
Rusiñol nunca pasó por estrecheces económicas. En cierto modo es el tanto por ciento artístico de la familia industrial catalana, el hereu, que le ha dado por pintar. Pla, poco amigo de los malos olores, vincula muy sibilinamente un cierto orden conservador con el hecho de que Rusiñol, a pesar de ser un bohemio, no fuera un cantamañanas. Las actitudes que desdicen en él las leyendas astrosas de los bohemios son las mismas que cuadran con el tópico del seny.
En todo caso, a mi marquesito tampoco le gustan los malos olores, aunque algún paseo por el mundillo modernista turolense habrá que dar. ¿Cómo se reunían los bohemios modernistas de Teruel en 1911? ¿Cómo iban de higiene personal?

1 comentario:

  1. Ayer mismo repasaba algunos párrafos de Baroja recordando la fauna bohemia madrileña, y aunque la actitud de Baroja coincide con de la Pla, y es una risa, también es verdad que Baroja se recreó no pocas veces en este fenómeno, a pesar de la supuesta pinza en la nariz que se ponía al recordar las hazañas de estos "artistazos".

    Y lo pintó cojonudamente.
    (A Alberti me lo imagino sentado en ese sofá como un viejo gorila que dice ¿verdá? mientras pela un plátano).

    Salud. Execelentes sus "Materiales Modernistas".

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