5.10.09

Héroes y objetos

Quería leer La carretera antes de que se estrenase la película. No es país para viejos me gustó mucho, pero me quedaba con la duda de qué tal funcionarían en cine novelas como En la frontera, la historia de un hombre montado en un caballo, que es el Cormac McCarthy que yo más disfruto. Quizá la respuesta esté en La carretera, aunque me queda la duda de si el autor no pensó también en esa respuesta mientras la escribía. Hay escenas (todas las del barco, muchas de sus inspecciones por casas abandonadas) que parecen más filmadas que escritas. La imaginación no nos traslada al hecho sino a su presentación en celuloide. No creo que esto sea bueno ni malo. Sólo creo que se nota un poco, y en mi lectura obró como un fino lacado transparente, un 400 ASA con ese tono entre plomizo y verdoso de las películas bélicas de estilo apocalíptico.

Pero entretanto, en la larga travesía del padre y el hijo, he disfrutado como siempre de una prosa genuinamente clásica, pocas veces tan explícitamente deudora de otros grandes clásicos, tan aferrada como ellos a la pureza de la prosa, a su épica y a su lírica. Lo que más me recordaba esta novela de Robinson Crusoe no eran las escenas calcadas (la huella, otra vez el barco, etc., etc.) que más bien parecen el cameo de un ilustre antepasado. Me refiero a las maravillosas páginas que escribe con arreglo a ese estilo de Defoe que me gusta llamar lírica de inventario, y que bien hecha me entusiasma. A la emoción por el objeto, y eso está vigente desde el Catálogo de las Naves de la Ilíada a los poemas que a veces salen sin querer en la lista de la compra. Es épica en estado puro, porque a la noticia del descubrimiento (héroe es el que descubre cosas), se une la intensidad de la frase, el esfuerzo casi místico de la extrema precisión.

Por ahí juega Cormac McCarthy, en la liga donde no son necesarias las acotaciones y los fundamentos son los mismos desde siempre. Disfruto más, también, cuando ese tono se dispara en un western salvaje (Meridiano de sangre), y más aún disfrutaría si escribiera la novela de la Guerra de Secesión que todos los autores americanos acaban escribiendo, y que a lo mejor ya ha escrito.

Cuando me convenzo a mí mismo de la necesidad de la épica no estoy refiriéndome al héroe ni al descubrimiento, sino una particularidad del lenguaje épico que me parece el palo más difícil de tocar: su constante trabajo síntesis, su poetización de cada cosa, su intensidad indeclinable, su sencillez obligatoria y, sobre todo, ese tono, más que de texto narrativo, de hombre narrando, de humanidad narrante, clara y concisa como un refrán popular. En una narración épica no se admiten florituras estilísticas umbilicales. En la épica el autor importa un bledo, como debe ser. Su mérito es no ser, entregar su voz a la voz del Narrador, un ser que observa y acompaña a sus criaturas, las admira y no piensa por ellas, las escucha. El narrador épico sólo canta lo que ve, lo que sucede, no lo que quiere decir, que es el sumidero por donde se cuela buena parte de la narrativa contemporánea. McCarthy no. Sigue trabajándose los versos y las conjunciones copulativas como si en cada línea tuviera que descubrir el mundo en una lata de escabeche en malas condiciones. Los héroes no se dejan llevar por pensamientos gratuitos. Los héroes van directamente a las provisiones.

2 comentarios:

  1. Muy bueno. Héroes y objetos.

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  2. Muy bueno, Antonio.

    Para que veas que, aun más lejos de lo habitual, sigo leyendo tu blog.

    Una salmantina adoptada.

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