10.1.10

Cromos judíos

La imagen que tenemos de los judíos es una mezcla de Shylock, Einstein, Ana Frank y, últimamente, Vasili Grossman; es decir, el tópico del avaro, del genio científico, de la víctima del Holocausto nazi y de la de otros holocaustos menos conocidos. Particularmente, debo añadir la figura de George Steiner, de cuyo extraordinario libro Presencias reales saqué muchas de las claves que vinculan el Talmud con la mentalidad especulativa, y no por lo que se refiere al dinero. Quizás habría que añadir al cuadro de estereotipos el retrato de Ariel Sharon, el genocida de Sabra y Chatila.

Pero ahora tengo que añadir uno más, el de la película de los hermanos Coen que se acaba de estrenar. Sabía de las manías religiosas de los judíos (los estropajos diferentes, la impureza femenina, etc.), pero no me imaginaba que llegasen a semejante grado de superstición, aunque sí a la extraña convivencia entre la modernidad y el rito, la cultura y el rezo, la exclusividad teológica y la aceptación de cuantos riesgos y placeres comporta la vida de hoy. En A serious man se mezcla el adolescente (actualísimo) que sólo quiere a su padre para que le arreglen la antena de la televisión, la jovencita que reniega de su nariz, el comprensivo abogado con minutas escalofriantes, la esposa que quiere ser honrada y tener un amante, el amante poseído de sí mismo y capaz de dar consejos a la gente como si fuera a venderles un seguro de vida (un personaje interpretado, por cierto, por un clon de Francis Ford Coppola), amén de una colección de sabios ancianos, barbudos y enigmáticos (alguno de ellos no se sabe si está vivo o muerto) y un personaje estupendo: el loco de las matemáticas, incapaz de manejarse por sí mismo, inepto en cuestiones sociales, que anota bellas formulaciones en un cuaderno que le sirven (¡alehop!) para forrarse en las casas de juego con el cálculo de probabilidades.

Y por encima de todos está el modelo encarnado por el protagonista: un hombre acosado por la conciencia, condenado a los buenos modales, que si encima no es del todo hipocondríaco es para que no parezca un trasunto de Woody Allen, otro que tal. Este personaje es como una síntesis de la obsesiva familia católica y la obsesiva familia protestante. De unos, los judíos de esta película tienen el sagrado mandamiento del ritual, la divinización de las relaciones familiares y un puñado de ritos pintorescos; de otros, la voluntad del individuo como único modo de progreso y del dinero como único medio, la necesidad de saltarse las normas para reafirmar esa individualidad y la capacidad para el sarcasmo.

Todo ello en una historia que se puede resumir en dos líneas, como las grandes historias de siempre: un tipo al que todo le va mal, un pobre hombre incapaz de rebelarse, sujeto al destino al que un compañero de facultad (qué gran actor, dicho sea de paso) le va anunciando desde el quicio de la puerta de su despacho, y a las estrategias de un estudiante coreano que con un leve movimiento de manos pone en cuestión la esencia del puritanismo americano. Si esto se decora con escenas imaginativas, planos bellísimos y una engañosa, apacible lentitud, el resultado es un collage de secuencias entre las que abundan las genialidades como en sus mejores películas: el mensaje escrito en los dientes, la vecina en bolas, el cuaderno del hermano (que se pasa la película drenándose el bulbo raquídeo), el vecino nazi con un alce –creo– en la baca del coche, y un etcétera que corre el riesgo de abarcar la película entera.

Son los Coen de siempre: hábiles urdidores de gags al servicio de una historia desatada. Ellos también, a su modo, podrían entrar en el hall of fame del patrón judío: cuando acaba la película, lo primero que admiras es la inteligencia de sus directores.

4 comentarios:

  1. Anónimo11:59 p. m.

    Joder, Antonio. Casi me dan ganas de ir a ver esa película cuando la echen en Teruel. Me llevaré las gafas tridimensionales que creo que me enteraré más.

    JCarlos Navarro

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  2. Esperaremos que llegue a Teruel, algún día.
    Por cierto, con tu buen criterio y mejores palabras, ¿qué opinas sobre Celda 211?
    Un abrazo
    MJ.

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  3. Pues no la he visto, y eso que los actores me parecen convincentes y el Monzón sabe lo que hace. No sé, supongo que es el tema lo que no me atraía.
    He puesto esta entrada en letra Ibarra, pero no sé si en blog queda tan bien como en vuestros carteles.
    Salud

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  4. Anónimo12:49 p. m.

    La letra ibarra queda bien pero marca una diferencia con las otras entradas que no parece que obedezca una intencionalidad significativa. Además, es muy adecuada para papel pero para ordenador pierde legibilidad, por ser cursiva y por tener serif (patitas), en pantalla son más claras las que no las tienen o la que habitualmente utilizas. Leer en ordenador es pesado así que todos los factores que mejoren la agilidad lectora son bien venidos.
    Un saludo.
    MJ

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