Hay libros que no engañan pero sí que decepcionan. Su propuesta es clara ya desde el principio, un esquema que se repite en cada capítulo y que sólo varía en las distancias crecientes en las que se aleja de lo que se podría esperar. En el caso de El jardín contra el tiempo, la decepción es obra del prejuicio: uno ha leído lo suficiente sobre horticultura y jardinería como para saber cuál es el modelo de libro que anda buscando, el testimonio de una cercanía, de un contacto con los grumos de la tierra y con las hojas de las plantas, un ver crecer y desfallecer, un lento asombrarse, un rápido gozar. Los libros sobre jardines tienen algo de robinsonianos, la epopeya del individuo sin más armas que unos aperos rudimentarios y una voluntad indeclinable. Quien ha vivido la experiencia de anotar días y días cómo amanece en un jardín, cómo el tiempo (el del reloj y el del cielo) va dictando sus normas y regalando sus sorpresas, enseguida detecta cuándo un libro ha salido del ordenador y no del invernadero, como es el caso de este de Olivia Laing.
Pero esos aglutinantes, que, por otra parte, son lo que esperaríamos que fuera el libro entero, no suponen ni un detallado recuento de los trabajos de rehabilitación ni tampoco una descripción comprehensible del jardín, del que uno sólo se queda en la mente con colores chillones y bancales atestados de flores de vivero, sin que, salvo un poco al final, cuando llega el cambio climático, tenga uno la sensación de que son plantas en el tiempo, que no todas están en flor a todas horas, ni sus colores son los mismos en los días que dura su floración. La rehabilitación es un género muy popular desde la llegada de internet. De hecho, y quizá por las pesquisas que uno hace sobre el particular, en Facebook no dejan de aparecerme reels en los que un chino limpia un jardín abandonado a base de agua a presión. Es el mito de la reconstrucción reducido a unas imágenes aceleradas, que es a lo que se parece este libro, como si demorarse en la poda de una yedra pudiera aburrir al lector y la autora prefiriera exasperarlo. El ensayo salta de los eléboros a la guerra civil inglesa con la fluidez con que un dedo va cambiando de pantalla en Instagram, para que no nos aburramos…
Ya es algo mosqueante que alguien que declara haber ido de niña a los jardines de Sissinghurst no cite ni de pasada The land, el último gran poema sobre el paso de las estaciones en el campo, por más que nombre —siempre de pasada, dos o tres veces— a su autora, «la mismísima Vita» Sackville-West, quizá la primera fuente que una crítica inglesa de jardinería debería manejar. Sí aparecen, faltaría más, Capability Brown, el creador del paisaje inglés, o el poeta Horace Walpole, pero sería mucho pedir que, ya que se remonta a Milton y los tiempos de Cromwell, hubiera recurrido al Cyder de John Phillips, o, más tarde, al The seasons de James Thomson, que sólo asoma porque fue lectura favorita del poeta John Clare, al que la autora dedica las, para mi gusto, mejores páginas del libro.
La triste historia de John Clare, el campesino pobre y gran poeta que acabó sus días loco perdido, sirve para introducir otro elemento estructural del libro que en ocasiones se tiñe de binarismo woke, el aspecto social de la jardinería. Clare reaccionó contra los cercamientos o privatizaciones de tierras comunales en la primera mitad del XIX, algo que tiene su continuidad con los proyectos socialistas de Owen o William Morris, en el sentido de un postjipismo comunal, o, en el otro, de los terroríficos Middleton, creadores de jardines que adornaran sus fortunas de negreros, o la decadencia de La Foce, la mansión aristocrática italiana traspasada por el fascismo y por la guerra. El heteróclito batiburrillo es aceptable por separado y con independencia del tema general que lo reúne todo, y trae lecturas que hace años disfrutamos como la de Sebald y Los anillos de Saturno, pero los capítulos trazan senderos que se bifurcan y separan del concepto del que partían, y marchan hacia paráfrasis bibliográficas divulgativas que no acaban de sostener más edificio que el del jardín como territorio de la paz y el amor, en una casa de campo suntuosa, con jardinero a sueldo y un mogollón de especies exquisitas compradas por catálogo. Será por dinero.
Olivia Laing, El jardín contra el tiempo. En busca de un paraíso común. Capitán Swing, 2024, 269 p.
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