Cuaderno de verano, 11
Una vez enterradas las semillas de las judías (nunca más de tres centímetros o cuatro por debajo de la superficie) en los compactos, relucientes caballones, y regadas una por una con unas gotas de agua, no más que para humedecerlas antes de soltar el chorro por el surco, hemos vuelto a las tomateras, a revisar aquellos tallos que dañó el granizo, a ver si resisten o han perdido la color, y a instalar los rodrigones que habrán de sostenerlas mientras dure la campaña. Nada más plantarlas clavé unas varillas de medio metro, las puntas de las ramas de los arces, y con eso era bastante para que el flojo tallo no se acostase ya desde los primeros días. Tienen algo extraño estas plantas incapaces de aguantarse por sí mismas. La reina es la vid. Ya Homero, al hablar del escudo que forja Hefesto para que lo lleve Aquiles, dice que «en él figuraba una viña / muy cargada de racimos de uvas, / hermosa, hecha de oro / (arriba los racimos eran negros), / que estaba en estacas sustentada, / hechas en plata, de una parte a otra», en la traducción de Antonio López Eire, que sigue siendo la que más me gusta. Claro que entonces en Grecia no había tomates, y estas κάμακες eran estacas, no se especifica de qué árbol, aunque a juzgar por la costumbre que arraigó luego en Italia, la de rodrigarlas a los árboles, bien podrían ser de olmo, de álamo o de fresno, principalmente, que son los que sacan cada poco ramas largas y derechas.
Pero ya hablaremos de este asunto. Ahora se trataba de que aquellas primeras estaquillas de las tomateras estaban quedándose pequeñas. Veo por los huertos de los alrededores (yo mismo lo hice el primer año, pero luego las usé para sujetar cañizos) varillas de hierro que clavan verticales y unen con cuerdas o con alambres, o también varas delgadas que plantan entre dos caballones en forma de aspa, y luego les añaden pitas u otras varas transversales para armar los rodrigones e ir atando en ellas los tallos laterales. Nosotros preferimos unir las dos varas, una desde cada caballón, y atarlas a otra larga que descansa en las junturas, más o menos como haremos con las judías, pero no tan altas, para que no se espiguen. Pero habrá tomates, claro, si el año se da bien. Si no, ni aunque las varas sean de plata.
Pero ya hablaremos de este asunto. Ahora se trataba de que aquellas primeras estaquillas de las tomateras estaban quedándose pequeñas. Veo por los huertos de los alrededores (yo mismo lo hice el primer año, pero luego las usé para sujetar cañizos) varillas de hierro que clavan verticales y unen con cuerdas o con alambres, o también varas delgadas que plantan entre dos caballones en forma de aspa, y luego les añaden pitas u otras varas transversales para armar los rodrigones e ir atando en ellas los tallos laterales. Nosotros preferimos unir las dos varas, una desde cada caballón, y atarlas a otra larga que descansa en las junturas, más o menos como haremos con las judías, pero no tan altas, para que no se espiguen. Pero habrá tomates, claro, si el año se da bien. Si no, ni aunque las varas sean de plata.
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