17.3.07

PARRA

Cuando pasen estos araboques tocará podar las parras. Ya es lo último, ya se ven los frutales moteándose de puntos verdes, y no digamos los almendros, que siempre dan la flor en el invierno crudo. Son los últimos preparativos para la llegada de la primavera. Hasta entonces, las ramas gordas están llenas de sarmientos despeinados, como esas personas que no pueden permitirse llevar el pelo largo porque invariablemente parecen desastradas. Y ya no te digo las parras que se rodrigan en los árboles, que duermen en la copa con greña de muchos años. Es curioso que el tópico de la parra feraz enroscada en un árbol, símbolo de amor indisoluble, nunca incluya referencias a la imposibilidad de podar ese amor cuando está ya muy desparramado, como si la invasión de la parra exigiera un toque de silvestre patetismo, un aire de abandono y desaseo.
Todo lleva su tiempo. Hay que quitar al tronco los chupones, matar los bichos que barrenan en las médulas y tapar los agujeros de la cepa con amurca negra. Lo normal es dejar dos yemas por pulgar, pero también hay que despejar el camino de las guías y desatar los ñudos. Cada vez que cortas un sarmiento, “al sesgo y en redondo”, como dice Columella, del tallo brota una agüilla lenta, como una sangre transparente que humedece las tijeras. Y es necesario cortar a la mitad del cañuto, porque los pámpanos que brotan al lado de la herida padecen con los fríos, y también después con el bochorno, y porque, si la parra llora encima de la yema, puede cegar el botón. El tronco rapado es un parsimonioso derramar el agua nueva. A veces me paro a mirar el denso goteo en un liño de sarmientos cortados y pulgares reventones. La vida contemplativa empieza en acompañar a esa gota en su camino hacia el vacío.
Otros pagos más feraces viven asfixiados por la extrema velocidad de sus vegetales: todo crece tanto que no da tiempo a percibir los cambios. Pero la parra es culebra de secano. Dejas un sarmiento sin cortar y sabes que habrán de pasar muchos años hasta que se retuerza en un tronco y se despelleje, pero ese cambio será espectacular, porque en el fondo lleva ritmos parecidos a los del ser humano. Cada año, al mirar la parra, te sorprendes del rumbo que han tomado las cosas, de las ramificaciones y las contorsiones y los despellejamientos del invierno que han ido engordando la cepa y fecundándola de vinos lientos. Después de podar, siempre cuelgo unos discos vírgenes con una beta para que las avispas y los pájaros se asusten con los destellos, y me dejen en paz.

1 comentario:

  1. Anónimo9:52 p. m.

    Muy bueno Antonio.
    Las fans de Huesca vitoreando.
    Un beso.
    Pilar

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