28.9.07

ESCENITA


Mientras estaba leyendo las Memorias de un cazador de Turguénev ha sacado Marías su novela. En la tertulia de A trancas y barrancas ya he dicho lo habitual que se suele decir de Marías, que es como Todas las almas pero con más años y muchos más kilos. Pero a mí me gusta incluso cuando no me gusta, quizá porque ya es un personaje querido y lo leo a él, no sus novelas. Digamos que soy un fan de las aventuras mentales de Javier Marías, algunas más interesantes que otras, ciertamente.
En la primera mitad de la novela (por ahí voy) hay, al principio, un relato muy bueno, el de Jayne Mansfield, con ese magnífico corolario sobre las muertes que determinan las vidas. Pero algo más adelante viene una escena que aguardaba con impaciencia porque había leído al crítico de La Vanguardia, Masoliver Ródenas, decir que la escena de sexo era tan brillante como inverosímil. Yo me esperaba una cosa infumable como la escena dentro del coche de Mañana en la mañana piensa en mí, cuando el Marías de turno contrata a una puta que resulta ser su mujer, pero, y he ahí lo grande de Marías, no está seguro. Hombre, antecedentes clásicos había, pero era muy difícil hacer con eso algo creíble.
En fin, yo me esperaba una cosa así, o bien algo como el polvo (en realidad fue una mamada, creo recordar) que el Marías oxoniense practica con “la gorda infame”. Esta no sólo no era inverosímil sino muy divertida, a pesar del propio autor, me temo, y en el fondo hablaba de algo muy común: ir al baile tras la Venus de Milo y acabar con la de Willendorf, porque en el fondo es la única que, al menos en esa situación, nos correspondía. Yo, por cierto, no sé todavía cuál de las dos Venus es más bella.
Aquí la escena va más en este último tono, y de inverosímil no tiene nada. No voy a destriparla porque su final me pareció gracioso y, cosa rara en un libro tan pleonástico, un tanto precipitado. No quiero decir que preferiría que hubiese añadido más detalles cárnicos, sino que se hubiese regodeado con lo absurdo y al mismo tiempo habitual de la situación.
A mí no me gustan las escenas de sexo en las novelas a no ser que no quieran mejorar las que salen en el Private. Eso del sexo lírico me da una risa que no lo puedo soportar. Y eso otro de “el nido de pestañas”, como decía el cursi de Azúa en Cambio de Bandera (vaya mierda de novela, por cierto), me produce repelús. El tema es curioso. Hay novelistas (recuérdese aquello del capítulo 8 de las novelas latinoamericanas) que se piensan que se puede hablar de sexo con metáforas que dulcifiquen la crudeza de la escena y por ahí. El año pasado me leí unos cuantos cuentos sicalípticos, presuntamente literarios, de principios del XX, y los que no daban vergüenza daban pena. Sin embargo, como pasa siempre, los que encontré en revistas guarras de la época, mondas y lirondas, eran una risa, pero a las pocas líneas ya la risa era floja y lo dejabas.
No, no funciona bien el sexo en las novelas, a no ser, ya digo, que no te cortes un pelo. Es un género difícil si no quieres parecer lo que me han parecido a mí desde siempre las escenas de sexo en las novelas, digamos, cultas. ¿Y con esto se excita este tío?, piensa uno, y detrás de tanto adjetivo y tanto seno turgente uno no ve más que a un escritor onanista que babea encima del teclado.
Marías se salva de todo eso con un tratamiento, como lo llama él, bien realista, y bien astuto, porque Marías sabe que la ficción novelesca es propia de las ensoñaciones, que siempre se regodean en los preparativos y dejan muy para el final los frenesíes hiperrealistas. Y el preparativo más vulgar y corriente que se me ocurre es precisamente el que plantea Marías, y por lo tanto el más realista. Es decir, Marías cuenta lo que, en el fondo, cualquiera se ha imaginado alguna vez cuando está solo y no le entran ganas de dormir, el hecho de que, por una circunstancia o por otra, en esa misma cama yace una persona que ha entrado en ella por favor, por no dormir en el sofá, pero por eso mismo el ensoñador solitario no puede tocar a quien tiene al lado, y el regodeo ensoñador consiste en imaginar los extremadamente paulatinos movimientos que al final desembocarán en una desmelenada escena more ferarum. Es muy corriente porque no exige mucho al que se deja llevar por el ensueño. En realidad sueña con estar en la misma postura en la que está, y todavía en los preparativos, en la verdadera esencia del deseo, que no es su satisfacción sino su acercamiento.
La situación es moralmente ambigua y Marías lo cuenta con mucha gracia. Estás en situación de echar un polvo (¡sobre todo si quien te ha pedido por favor compartir tu cama porque hace una noche de perros y tal y cual se acuesta sin bragas!), pero no estás nada seguro. Una amiga mía (esto es verdad) se desesperaba porque le dijo a un hombre: “¿Quieres salir conmigo?”, y él le contestó: “¿En qué sentido?” Pero no es que el otro fuera un tiquismiquis o se la quisiera quitar de encima, sino que todo lo que hemos ganado en respeto lo hemos perdido en claridad. Nadie estamos libres, nunca, del ¿pero tú qué te has creído?, ni siquiera si una mujer con forma de clepsidra (a veces Marías también se pone un poco cursi) yace a nuestro lado, a unos milímetros de nuestros dedos, y no lleva bragas.
No sigo comentándolo porque entonces empieza lo bueno, lo genuinamente Marías, a mi modo de ver bien ideado pero mal contado. Creo de veras que ahí faltaban unas líneas.
Pero antes del desenlace, todavía en el terreno de los preparativos, Marías habla de otra cosa bien curiosa. Con todo el despliegue que el tema le da de sí, y es uno de sus favoritos, habla de aquellas situaciones que, puesto que preferirías no haber vivido, terminas no recordándolas, borrándolas, que es más aún que negarlas. Y muchas veces esas situaciones se refieren al sexo. Mucha gente que preferiría no haber estado con otra persona lo olvida hasta tal punto que se indigna si el otro se lo recuerda, porque le parece imposible, como si el fantasma de alguna ensoñación fugaz cobrase cuerpo de repente y nos viniese a visitar.
Todo, si bien se mira, situaciones muy realistas. No hay nada más verosímil que un hombre solo imaginando situaciones inverosímiles. Sobre todo si tienen que ver con el sexo. En fin, vamos a por la otra mitad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.