16.10.07

GEÓRGICA


Los chopos más viejos ya están amarillos en lo alto de las copas, la muerte se les derrama. Los chopos jóvenes, en cambio, se van pelando desde abajo, y sus primeras hojas caen como papelillos de fiesta que brillan en el mediodía. Pero a estas alturas del otoño la mayoría de los árboles siguen enteros. Las últimas lluvias los mantienen con las hojas tersas, pero ya son de un verde viejo, denso, acartonado. Tan sólo los arces, árboles urbanos, utilitarios, están ya casi pelados. Les quedan, de sus flores bordes, racimos vacíos que cuelgan de las ramas como telarañas.
Las hojas de las parras vírgenes, moradas y arrugadas, tiemblan a la espera de una volada de aire que las tire al suelo. También las bignonias, las de las trompetas encarnadas, diluyen su verde pálido en tonos cobrizos que avanzan por las nervaduras de las hojas, como si se fueran quemando desde dentro. A su lado, las madreselvas clarean de vez en cuando pero continúan creciéndoles los brotes. Pasa lo mismo con la grama reseca, que ha sido invadida por la trebolina, igual de fresca que si fuese primavera.
No todos los árboles se secan como los chopos. Los frutales que estuvieron a la sombra sólo amarillean al principio de los brotes nuevos, en la cepa de las varas que habrá que podar en febrero. En los perales más expuestos al sol, sin embargo, se secan antes las últimas hojas del ramón, las altas varas tiesas que también habría que cortar.
Pero es pronto. Ya se hace tarde pero sigue siendo pronto. Las hojas todavía piensan que van a morirse en la rama, y cambian poco a poco de color. Ni los cerezos ni los manzanos ni los ciruelos dan síntomas de otoño. Ni siquiera las hojas frágiles del sauce. Demasiado pronto para los membrilleros, que apenas darán pomas este año; una helada tardía les quemó las flores, y ahora las ramas no se comban bajo el peso de los frutos. No habrá este año en las alcobas el olor de los membrillos. Para compensar, miro las parras cuajadas, este año más dulces que de costumbre; sus hojas, todavía verdes, un poco apergaminadas, que, al contrario que la bignonia, empiezan a secarse por los bordes. Cuelgan hermosos los racimos de uvas, casi todas tintas, cubiertas con el vaho de la intemperie.
Al otro lado del jardín, en su particular primavera, brotan los crisantemos y algunas margaritas blancas. Entre sus hojas lobuladas, de un verde claro y sin brillos, crecen los botones prietos, y aún quedan quince días para ver salir los pétalos, para cortarlos antes de que se desparramen, y llevarlos al cementerio.

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