3.1.10

Retorno a Brideshead revisited, y 3

Retomo estas notas después de unos días de reparadora desconexión en los que la novela se ha ido fijando en la memoria con los primeros filtros importantes. Lo que queda, como siempre, es la narración dramática, las situaciones, las escenas, y no tanto los sucesos contados a lo largo del tiempo. Me quedan la secuencia de Oxford, la del trasatlántico (el amor furtivo –bueno, tampoco tanto– entre Charles y Julia), y la del retorno a Brideshead de lord Marchmain, una vez que su catolicona mujer se ha muerto y él, junto a la espléndida Cara, abandona la vida un tanto lampedusa de Venecia para volver a sus reales. Son, las tres, secuencias que abarcan pocos días, pocas semanas. En el resto de la novela, las secuencias quedan reducidas a su inventario, y en algunos casos es una verdadera lástima (una objeción de las que halagan al autor, porque siempre significa que ha sabido a poco). Los protagonistas van cediendo su protagonismo, el protagonismo de sus escenas, y su peripecia queda reducida a una sucesión de acontecimientos. Es lo que ocurre, sobre todo, con Sebastian. Su periplo magrebí se queda en algunas escenas sueltas y el sumario relato de los acontecimientos (pasados y futuros) por parte de su hermana Cordelia, otro gran personaje del que quisiéramos saber más.

Pero el hecho de que la novela esté en muchas partes resumida es un problema del lector, porque la estructura general no se resiente y un mismo tratamiento dramático para cada personaje hubiera necesitado muchas más páginas. Esa primera parte, los tiempos de Oxford, la Arcadia, es un referente del que el resto de la novela se aleja a velocidad uniformemente acelerada, a la velocidad a la que la vida se aleja de la juventud. El paraíso fue un olvido del futuro, y no fue posible disfrutar casi nada de lo que vino después, salvo, claro, la otra gran escena, el otro gran movimiento, el del barco trasatlántico.

Coinciden pues las secuencias más extensas y dramáticas con los escasos momentos de dicha que recuerda el narrador. Pero así es la memoria, que alterna escenas y acontecimientos, situaciones y relatos. Las tres grandes escenas van arropadas de múltiples acontecimientos relatados sumariamente, porque son esos los dos niveles que una novela debe alternar. Después de la intensidad teatral de las escenas, la narración aporta un remanso, un relajado deambular antes de la siguiente escena. Por eso se dice que Waugh practica la novela clásica. En el siglo XIX se tendió a una novela de escenas, y en el XX a una novela de acontecimientos. La misma idea de que la vida es importante obligaba a resumirla. Pero la novela no es la vida, es una obra de arte que necesita tantos planos como un buen paisaje que aspire a la profundidad. Utilizar sólo escenas o sólo acontecimientos es como no haber salido de las dos dimensiones, como los iconos rusos. Tolstoi practica una proporción casi matemática entre la importancia de los personajes y la extensión y número de sus escenas. Todo está tan bien contado que de ningún personaje desearíamos saber más ni menos, pero a todos los vemos lo que hacen; todos, al menos, se merecen una escena.

Esa es la única pega que se le podría poner a Retorno a Brideshead (el hecho de que haya lamentado no saber más de algunos personajes, que la cámara no se fuera con ellos cuando abandonaban la habitación), de no ser porque ninguno de ellos es más importante que el sentido general de la novela, la extinción de un tipo de vida. Sólo Julia, lady Flyte, persevera en la mansión, pero ya no se ensimisma en ella, y cuando estalla la guerra, muy significativamente, se va con sus hermanos Brideshead y Cordelia a luchar con el ejército inglés ¡en Palestina!, no demasiado lejos, por cierto, de donde el otro hermano, Sebastian, pasa sus días metido en un convento como esos hermanos legos que barrían los zaguanes, y que eran, más que monjes vocacionales, almas necesitadas, beneditos. Tampoco demasiado lejos de donde Dante puso el infierno cristiano, ni tampoco lejos de donde, algunos siglos antes, otros cristianos se inmolaban y mataban sin conocimiento en nombre de la fe.

Ese es el sentido general de la novela, cómo se hunde la rancia mansión del catolicismo, cómo se anegan las cubiertas de aguas bendita, cómo soplan los aires de grandeza, cómo se quiebran las jarcias familiares. Julia está espléndida al final, y en cierto modo colabora en redimir a su hermano Brideshead del aura de imbécil que le ha acompañado hasta entonces. Es ella la que, cuando todo el mundo ha desistido de convencer a lord Marchmain de que se confiese antes de morir, toma la iniciativa y le lleva un cura. Hasta entonces Julia era el elemento imprevisible, la ninfa secuestrada por el lujo, caprichosa pero, en la madurez (en cierta madurez), aparentemente decidida a cumplir con la dignidad de la razón, a liberarse de ataduras y vivir lejos de malos rollos la vida que cualquier mujer moderna quisiera vivir. Y no. Y esa sorpresa del no es un clímax dramático extraordinario, un final sin pero posible, sorprendente y al mismo tiempo revelador, que es lo que tiene que ser un final.

Me gustaría extenderme con Mottram, un tipo que tenía todas las de hundirse en lo que representa cuando es su inteligencia la que lo saca a flote. Qué estupenda manera de aceptar que Julia no lo quiere, o bien que Julia no quiere la transacción económica y social que él representa. Qué sagaz ausencia de dolor. O bien con Brideshead, que tiene un aire al actual príncipe de Gales (yo los veía con la misma cara), que emparenta finalmente con una señora tipo Camila Parker–Bowles, y a quien sólo se le conoce una ocupación regular, aparte de protagonizar cuadros de caza: coleccionista de cerillas. Por eso lord Marchmain, cuando conoce a su mujer, le quita la herencia del castillo. Con esa mujer y semejante material en casa, la tradición familiar iba a arder como ardió el palacio de Windsor.

Me extendería en el propio Charles, un hombre cuya capacidad de resumir puede confundirse a veces con distancia, con cierta elegante frialdad, cuando no con ironía o con cinismo, veteadas de breves, casi secretos momentos de emoción, que siempre lo es discreta, y por discreta y resumida más eficaz y más sincera. O sea, el englishman de toda la vida, que es lo que en el fondo yo disfruto de esta novela. No el carácter británico de los personajes sino sobre todo el de la novela, su elegante arquitectura, eso que, mientras estás acabando la novela, parece desproporción y no es más que perspectiva.

1 comentario:

  1. Feliz retorno a...tu bitácora y que el Año Nuevo te propicie lo que más deseas.

    Un abrazo, Antonio

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