5.12.10

Pascual Berniz pinta un retrato

Pascual Berniz está manchando, como él dice, un óleo de grandes dimensiones. Pecios de múltiples colores se han adueñado de la tela. Luego, explica Pascual, la pintura, que será un paisaje, irá emergiendo de los colores, los aprovechará, los tapará, los ensanchará: son la base cromática sobre la que este excelente dibujante hará brotar después la obra. Son, digamos, la esencia de la pintura, su sustrato, su alimento, ese mundo de colores atrevidos que puebla la luz clara de su estudio. Se amontonan los grandes retratos perfectos, las piezas más abstractas, los paisajes imposibles, las ilustraciones de La fuerza de una promesa (precioso libro escrito por Toni Losantos que está, me cuenta, en trance de reedición), o acuarelas que son mares como torbellinos de colores, hontanares de combinaciones aparentemente caprichosas, generalmente inusuales, que en las manos de Pascual Berniz adquieren una coherencia que es la huella contundente del artista. Hay que ir con cuidado para no mover de sitio los cuadros de gran formato, enmarcados ya para ser expuestos, de su hija, de su mujer, de sus amigos, porque Pascual, más que pintar del natural, pinta del cordial, de la cercanía, por más que el modelo sirva para una escena de Los Amantes que es como si en el cuadro de Muñoz Degraín se hubiera encendido la luz, hubieran quitado los cirios y los curas, los muebles pesados y los mantones, como si el artista hubiera tenido suficiente con el acto de besar, un plano medio de dos cadáveres enamorados, tan restallantes, tan vivos y luminosos y serpenteantes, tan latentes y espirantes que uno se olvida de la circunstancia de la muerte para disfrutar de la circunstancia del sentimiento. O bien abre cartapacios llenos de acuarelas, ese arte simple y difícil, por el que todo el mundo empieza pero que sólo pueden cultivar quienes tienen un dominio superior de la forma, quienes prevén, antes de tocar el cartón con el pincel, cuál será la curvatura de la gota. El óleo tiene vuelta atrás, pero las acuarelas no. Y quizá por eso Pascual Berniz pinta como si se estuviera dando un baño, o eso me sugiere su hermosísima serie de Ofelias, donde se mezcla el hiperrealismo acuoso, virguloso, con los paisajes imposibles.

Pero son Ofelias vivas y felices, porque, repito, en Pascual todo está vivo, y me atrevería a decir que todo es feliz. La suya es, como decía Cicerón, una curiosa felicitas, o sea, y literalmente, una abnegada feracidad, una limpia fecundidad, un estado de permanente creatividad que quizá no deje espacio para el dolor. Lo pienso viendo un hermoso retrato femenino, una mujer de cabellos grises y párpados cerrados, un intento de abordar el frío y la desolación de la vejez del que sin embargo emerge la belleza cercana y conmovedora del ser humano que ha vivido mucho.

No es mal defecto estar poco capacitado para el tormento, desde luego, pero tampoco estoy seguro de que sea así. La felicidad reinante es, sobre todo, el efecto que causa en mí, yo que soy más bien dado a los tonos poco llamativos, a las gamas reservadas, y que solo disfruto con los estallidos de color cuando son incontestables. Cuando decimos, por ejemplo, que el rosa chicle no mezcla con el verde ciprés, en realidad asumimos que casi nadie sabe hacerlos mezclar, hasta que vemos a alguien que los junta como si siempre se hubiesen llevado bien. Cuando le pregunto de dónde ha salido esa extraordinaria luminosidad, esa fiesta sin chillidos, esa claridad, Pascual Berniz toma aquí y allá de su extraordinaria sabiduría artística, pero también habla del paisaje de los Monegros, su tierra natal, y todavía me resulta más extraordinario que semejante pirotecnia sin ruido, tal fragosidad sin forzamiento haya sido interiorizada en el paradigma del secarral. Las cosas, claro, hay que verlas de cerca, hay que sentirlas y olerlas y vivirlas, en este caso para descubrir su auténtico color.

Pascual Berniz no trata mucho el paisajismo canónico (debajo, en las manchas, ya está toda la sabiduría clásica habida y por haber), pero ha respirado mucho paisaje. Como pintor le gustan esos centímetros cuadrados de pintura realista que aislados forman impresionantes pinturas abstractas. Me habla del cuerpo de Leight Bowery, el modelo de Lucien Freud, o de la raya blanca gruesa que pintó Velázquez en la casulla del papa Inocencio, y que de lejos parece un estudio científico de los tornasoles de la seda. El realismo es algo que se intuye, que se ve de lejos. La verdad de la pintura está sujeta a otra gramática. Su potencia, el tuétano de que está hecha, sigue normas en las que triunfa la materia del color, no el simple parecido. Y el color fue macerado en los ojos de Pascual allá en los Monegros o en la masía de Allepuz en la que vivió tres años, Ofelio bañado en la inmensidad.

Mediada la entrevista, el realizador, José Miguel Iranzo, sugiere a Pascual Berniz la posibilidad de filmarlo en plena faena, o haciendo como que traza una sombra, o raya en un cuaderno de bocetos. Pascual sigue con su amena charla y sin pensarlo pide al entrevistador que pose para él. En cuestión de tres minutos, como una flor rodada a cámara ultrarrápida, la cámara ve aparecer el rostro del entrevistador en medio de un revuelto de colores. Yo sabía de sus dotes repentinas por los excelentes retratos que improvisa en las sesiones de Versos del jardín, pero esta vez la impresión no era solamente admirativa. La única diferencia entre mi rostro y aquellas pinceladas gruesas es que en el cuadro se veía el mejor lado de mí mismo. No mi perfil más favorecedor, sino lo mejor de mi persona.

3 comentarios:

  1. Anónimo3:24 p. m.

    sin duda nos encontramos ante uno de los mejores escritores de Teruel, leyéndote, encuentro en tus palabras lo que me hubiera gustado decir de mi admirado y querido amigo Pascual. Os mereceis los dos, un gran reconocimiento,y yo que lo vea !!!

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  2. Anónimo3:33 p. m.

    Desde luego,tu retrato de Pascual es acertadísimo, pero...... tu estás clavadito en el suyo.
    Ánimo a los dos que sois grandes!!

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  3. Anónimo8:03 p. m.

    me parece gracioso este juego de retratos, los que tú nos haces y el que Pascual te hace. Es genial.
    A mi me dicen que conmigo has dado en el clavo y yo digo que me conociste aquel día de la entrevista. Así que va a resultar que, como suele decirme un amigo mío, soy transparente.
    O más bien, leyendo los demás retratos que haces de los artistas, es que tienes mucha vista y gran capacidad para plasmar lo que ves con tus palabras. Me gustan mucho.

    Ahora tengo que hablar de la generosidad, gracias por la tuya y por la de Pascual que en un arranque te hace un dibujo, y también de la generosidad de otros, como Ernesto que, igual que tú dedicáis mucho tiempo a estas cosas que nos alimentan, de información, de ánimo y de estímulo y a la vez nos unen.

    De nuevo gracias, Carmen.

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