4.12.12

Enfermedades



Geórgicas, III, 440-473

También te enseñaré, de las enfermedades,
las causas y los síntomas. La sarna asquerosa
ataca a las ovejas cuando la lluvia fría
y el invierno crudo se meten hasta el tuétano
con sus escarchas blancas, o si el sucio sudor
en la piel ya esquilada se quedó adherido,
y zarzas puntiagudas su cuerpo desollaron.
Por eso los pastores sumergen el ganado
en corrientes de agua dulce y el mardano
baña el vellón mojado entre los remolinos
y se lo va llevando la corriente; o bien
el cuerpo esquilado de amargo alpechín
les untan y añaden azufre natural
y espuma de plata y pez del monte Ideo
y cera mantecosa y cebollas albarranas
y eléboro fuerte y el negro betún.
Pero ningún remedio presta más a estos males
que sajar con la faca la boca de la llaga:
la enfermedad vive y se nutre si está oculta,
si se niega el pastor a poner las heridas
en manos de los médicos, y se queda sentado
suplicando mejores auspicios a los dioses.
Cuando ha penetrado el dolor en los huesos
de la res baladora y se torna muy violento,
y estraga los miembros la fiebre sitibunda,
aún es mejor sacar la ardiente calentura
sangrándole la vena que late entre las uñas;
así hacen los bisaltas y el gelono feroz,
que huyendo al Ródope y los desiertos getas
leche bebe cuajada con sangre de caballo.
Si a lo lejos vieras que alguna oveja
busca la dulce sombra o cansina mordisquea
las puntas de las hierbas y va siempre la última
o en medio del campo se tumba a pacer
y se recoge sola, ya entrada la noche,
ataja a escape el mal con el cuchillo, antes
de que el terrorífico contagio serpentee
por todo el incauto rebaño. Pues no tantas
tormentas se desatan en aguas turbulentas
como enfermedades padecen los ganados.
Que no atacan los males cabeza por cabeza
sino a la dehesa entera de repente,
las crías, el rebaño, el encaste entero,
del primero al último, todos a la vez.  
Lo sabrá el que mire, ahora, todavía,
después de tanto tiempo, los Alpes levantados,
las quintas montañosas que quedan en la Nórica,
los campos de Yapidia, que riega el Timavo,
y los reinos desiertos de aquellos pastores,
y a lo largo y ancho, bosques abandonados.


                                  *

Morborum quoque te causas et signa docebo. 
turpis ouis temptat scabies, ubi frigidus imber
altius ad uiuum persedit et horrida cano
bruma gelu, uel cum tonsis inlotus adhaesit
sudor, et hirsuti secuerunt corpora uepres.
dulcibus idcirco fluuiis pecus omne magistri
perfundunt, udisque aries in gurgite uillis
mersatur, missusque secundo defluit amni;
aut tonsum tristi contingunt corpus amurca
et spumas miscent argenti uiuaque sulpura
Idaeasque pices et pinguis unguine ceras
scillamque elleborosque grauis nigrumque bitumen.
non tamen ulla magis praesens fortuna laborum est
quam si quis ferro potuit rescindere summum
ulceris os: alitur uitium uiuitque tegendo,
dum medicas adhibere manus ad uulnera pastor
abnegat et meliora deos sedet omina poscens.
quin etiam, ima dolor balantum lapsus ad ossa
cum furit atque artus depascitur arida febris,
profuit incensos aestus auertere et inter
ima ferire pedis salientem sanguine uenam, 
Bisaltae quo more solent acerque Gelonus,
cum fugit in Rhodopen atque in deserta Getarum,
et lac concretum cum sanguine potat equino.
                       quam procul aut molli succedere saepius umbrae
                       uideris aut summas carpentem ignauius herbas
                       extremamque sequi, aut medio procumbere campo
                       pascentem et serae solam decedere nocti—
                       continuo culpam ferro compesce, priusquam
                       dira per incautum serpant contagia uulgus.

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