21.9.19

Parra


Mi padre, cuando llegaban estas fechas, solía mirar un chopo enorme que había aguas abajo, con el tronco ceniciento. «Es el último que se viste y el primero que se desnuda», decía, porque su gran llamarada ocre convivía con otros chopos más jóvenes todavía verdes. Era, en el gran lienzo de la vega, la primera gota de amarillo. El chopo lo talaron hace años, mucho antes de que se muriese. Del tocón salió un bosquecillo de brotes, era el momento de elegir algunos y dejarlos crecer, escamondar el resto e ir formando en el corte una cicatriz. Lo volvieron a talar aún más abajo, casi a ras de tierra, y los ramones volvieron a salir. Se afanaron en eliminarlo sin ninguna necesidad, porque aún le quedaban unos cuantos años de vestirse y desnudarse con parsimonia. Al final creo que lo rociaron con un bote de gasoil y le pegaron fuego, y por si acaso trajeron una pala excavadora y lo arrancaron de cuajo. Todo esto sucedió hace unos cuantos años. Ahora el otoño empieza por otra parte.
Las primeras hojas que cambian de color son las de la parra virgen de la pérgola, la más vieja de todas, plantada hace casi ya cincuenta años. Las hojas, aun sin perder su tersura, pierden el verdor y viran a rojo oscuro. A partir de entonces, más que perder la clorofila parece que vayan perdiendo la sangre. En muy pocos días se completa la paleta de ocres a partir del intenso bermellón. Y son estos los días en los que aún quedan verdes lozanos, rojos recientes, también efímeros, que se aclaran en rosas terrosos, algo violáceos, y en las hojas más delgadas, menos hechas, los primeros amarillos.
Estas parras viejas van secándose muy poco a poco. Quedan, de un año para otro, sarmientos con las ramas como garras. Son de madera oscura, y allí se quedan, sin vida, como rodrigones de las nuevas guías, que ya cuelgan como lianas. En la punta de las hojas tiernas quedan gotas suspendidas, como un rocío gordo que aguarda los rayos de sol para brillar por última vez y evaporarse. Son de la tormenta de anoche. Oíamos a los mastines caminar por el porche para guarecerse, el mosquetón de sus collares cuando al tumbarse golpeaba en las losas del suelo. No han sido las lluvias torrenciales que han anegado estos días buena parte del país. Esta era una tormenta de finales de verano, una traca húmeda y temprana que ha dejado las primeras hojas rojas en el suelo del cenador. 

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