24.9.19

Rosa


En el huerto hay al menos cuatro variedades de rosa. Están, de antiguo, las rosas grandes, de color muy claro, que ascendieron por el cenador y ahora asoman por encima de las parras, pero también las rosas romanas (no sé si centifolias o damascenas), rosas de pueblo que llamamos, de abundantes y apretados pétalos, el rosa fuerte casi fucsia que da nombre al color, y un aroma exuberante que perfuma el patio. Son anteriores a la hibridación general que generó cientos de formas nuevas pero eliminó el olor, o lo dejó en un aroma mínimo, como de terciopelo, que tanto ha influido en la interpretación poética. Estas rosas rústicas las multiplicamos con mimo, a ver si las hacemos endogámicas. A veces pienso que la esencia de la rosa no es esa idea multiforme sino el olor incomparable que nos endulza en un par de floradas a partir de mayo. El resto son imágenes rosáceas.
Pero hay otro, más parecido a la rosa del escaramujo, nacido del esqueje de un rosal que vimos en París. Es el último que florece, con rosas de un rojo encendido, en un macetón que fue invadido por las varas de piornal. El tronco, mellado por mil podas, torcido, como artrítico, puede pasar el verano escondido pero a última hora saca estas rosas perfectas que iluminan el paseo.
No sé lo que vive un rosal, pero veo rosas de distintas edades, y de distinto aroma, dos de los criterios que nunca se tienen en cuenta cuando se ve una rosa. Las rosas de pueblo, muy antiguas pero plantadas hace no más de cinco años con esquejes de rosales jóvenes y vigorosos, son las más favorecidas. Son el futuro, la garantía de que alguna vez sean las rosas de toda la vida, en ese devolver los ambientes a lo que imaginamos que fueron, el sagrado volver a lo de antes, sobre todo si huele tan bien. Las otras grandifloras son hermosas mientras brotan, pero enseguida se les abren las hojas y se ponen lacias, y así pasan unos días, como señoras mayores muy pintadas que dan una sensación de tiempo más cercana.
Esta rosa de color burdeos, más pequeña y más tiempo tersa y llamativa, debe de ser como las que veía Adalbert Stifter en su Verano tardío. Las otras muestran su vejez en plena primavera; esta, su radiante juventud en los comienzos del otoño. Para que luego digan que todas las rosas son la mismarosa.

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