Cuaderno de verano, 14
Columella, hablando del cuidado de los pastizales, llama a la achicoria solsticialis, porque nace a principios de verano, y recomienda segarla con la hoz. Si las arrancásemos, sus raíces secas nos harían las veces de café, como en la posguerra, y sus tallos servirían para una tisana amarga, «grata a los paladares embotados», que según el doctor Laguna sienta bien después de haber comido mucho. Aquí salen en medio de la grama, y sacan esas flores como estrellas azules que antiguamente llamaban heliotropias o solsequias, porque se abrían con el sol y lo iban siguiendo durante el día. De todas formas, por mucho que se siegue —nos advierte Teofrasto, que la llama κιχόριον— resulta difícil de matar porque tiene raíces muy largas. Y es cierto que a los dos o tres días de haber segado la grama salen esos tallos esquemáticos que enseguida se hacen altos y enmarañan la pradera. Dice Virgilio que «dan mucho mal», que tienen la raíz amarga, y las compara con las grullas estrimonias y los gansos voraces, incluso con la misma sombra, como peligros que si el labrador no está muy vigilante puede incluso que le arruinen el cultivo.
Siempre ha sido comida de pobres, y no solo por el sucedáneo del café, que en España llegó a ser el símbolo de la penuria. En la historia de Baucis y Filemón que nos cuenta Ovidio en sus Metamorfosis, aparece un menú muy sencillo con el que estos aldeanos obsequian a dos mendigos que llaman a su puerta. Primero les sacan olivas y bayas de cornejo, con achicoria, rábano, queso fresco y huevos pasados por agua, y de postre les ofrecen nueces, higos con dátiles, ciruelas, manzanas y uvas tintas. Tampoco tan austero, desde luego, sobre todo porque al centro de la mesa ponen, junto al vino, una jícara de miel. Zeus y Hermes, los dioses disfrazados de mendigos, no solo disfrutaron del banquete sino que libraron a sus anfitriones de la inundación con que más tarde habían de castigar a los demás vecinos del pueblo que se negaron a darles cobijo. Y no sólo eso, porque antes de seguir camino les dijeron que pidieran un deseo. Pero a Baucis y Filemón ni siquiera les hacía gracia el templo de mármol y oro en que Zeus convirtió su humilde choza. Ellos sólo pidieron vivir juntos muchos años, y no morir el uno antes que el otro.
Siempre ha sido comida de pobres, y no solo por el sucedáneo del café, que en España llegó a ser el símbolo de la penuria. En la historia de Baucis y Filemón que nos cuenta Ovidio en sus Metamorfosis, aparece un menú muy sencillo con el que estos aldeanos obsequian a dos mendigos que llaman a su puerta. Primero les sacan olivas y bayas de cornejo, con achicoria, rábano, queso fresco y huevos pasados por agua, y de postre les ofrecen nueces, higos con dátiles, ciruelas, manzanas y uvas tintas. Tampoco tan austero, desde luego, sobre todo porque al centro de la mesa ponen, junto al vino, una jícara de miel. Zeus y Hermes, los dioses disfrazados de mendigos, no solo disfrutaron del banquete sino que libraron a sus anfitriones de la inundación con que más tarde habían de castigar a los demás vecinos del pueblo que se negaron a darles cobijo. Y no sólo eso, porque antes de seguir camino les dijeron que pidieran un deseo. Pero a Baucis y Filemón ni siquiera les hacía gracia el templo de mármol y oro en que Zeus convirtió su humilde choza. Ellos sólo pidieron vivir juntos muchos años, y no morir el uno antes que el otro.
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