22.3.06

Disfraz



¿Por qué la palabra disfraz resulta ofensiva? Si alguna vez se me ha escapado –por ejemplo al hablar de los atuendos medievales que se usan en Teruel–, he sido enmendado de inmediato: “Es un vestido, oiga, no un disfraz”, me han dicho, como si hubiera cometido una de esas imprudencias que tanto hieren el sentimiento patrio chico.
Debe de ser muy ofensiva porque de lo contrario no la habrían utilizado para zaherir últimamente. Debe de serlo porque un disfraz implica ocultación, mentira, cuando no un carácter disipado y estrambótico. Se disfrazan, en principio, los que se van de juerga y los que pretenden cambiar de identidad, y sin embargo las máscaras no son imprescindibles en un baile de disfraces, pero sí en una tragedia realista: la palabra persona designó al principio una máscara de teatro, aquella que, más que ocultar el rostro, lo reducía a un sentimiento impostado.
Todos vamos a trabajar disfrazados de lo que somos, con nuestra persona incorporada, e incluso hay quien colecciona en el mismo armario un uniforme de caballero templario, un hábito de cofrade nazareno, un traje de peñista vaquillero, un disfraz de turista dominguero y, si se tercia y lleva barba, uno de Rey Mago. Hay mujeres que se disfrazan de mandatarias bien educadas y hombres que se visten de machorros. Sus respectivos disfraces ocultan sus identidades, pero definen sus personas. Así, el disfraz de unos está en los gestos solidarios, en la compensación estética de los cadáveres que flotan en el Atlántico. Alguna de esas jóvenes ahogadas viajaría con el traje de fiesta de sus antepasados, bien guardado en su banco del cayuco, por si hubiese algún día algo que celebrar. Y el disfraz de los otros está en esa corbata fálica, brillante y poderosa, en el rostro estirado, en el llamamiento al lujo, pero sobre todo en esa media sonrisa que es la que usan los que están tomando el pelo a alguien y al mismo tiempo, de reojo, se preocupan de hacer a los conmilitones cómplices de su pesada broma. Aparte, estupefactos o atemorizados, están los que toman en serio al espantajo.

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