26.3.06

Entraña


Entre las muchas virtudes de Volver hay una rigurosamente literaria: la voz. Me refiero a que el lenguaje en sí mismo no sólo sea un personaje sino que se convierta en el espinazo de lo no narrable, en la entraña de la historia. Es algo muy poco común en nuestra novela contemporánea. Los escritores no encarnan una voz, a veces ni siquiera la suya. No hay distancia entre autor y narrador, y esa deficiencia se ha convertido a menudo en un coladero de vidas personales, intransferibles y en absoluto interesantes: detrás de la moda del testimonialismo se esconde la incapacidad de crear un personaje que hable con sus propias palabras. Por lo que a mí se me alcanza, el último que lo hizo sistemáticamente fue Pombo, sobre todo en Aparición del eterno femenino y en Telepena de Celia Celilia Villalobos. Se trata de que, además de una historia, haya alguien que la cuente, del mismo modo que al niño le importan más o menos las historias que le cuenta su madre, pero lo que sí le importa, más que nada en este mundo, es que se las siga contando.
Por eso creo que lo que más me emocionó fue el espléndido ejercicio de reconstrucción lingüística de un sentimiento que se apodera de toda la película. La gente dice cosas y escucharlas es reinterpretarlas a la luz de una frase hecha, de un acento, de un modo de preguntar. Hay una transparencia popular que siempre echaremos de menos porque siempre es la forma más breve de acercarse a lo inefable. Y Almodóvar lo sabe porque no se ha limitado a imitar el habla de las mujeres manchegas, sino porque ha usado en momentos precisos esa forma de hablar, cuando había que dotar a un hecho de significado íntimo. Qué más da quién ha matado a quién. Lo importante son las entretelas que se nos desbocan cuando alguien no sólo expresa lo que dice sino lo que le ha llevado a decirlo, aquello de sí mismo que desconoce y que nosotros adivinamos y no podemos evitar que nos afecte.
Esta forma de ironía trágica me está ocupando estos días. Antes de ir al cine estaba leyendo el Diario de un cazador, de Delibes, una magnífica novela que parte de los mismos presupuestos: la humildad –en sentido literal– de quien se amarra a una voz peculiar, la de un personaje que no es tan culto ni sabe tanto de lo que le ocurre como el propio escritor, y que sin embargo lo retrata con una grandeza que nos penetra hasta las entrañas.

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