31.1.07

Barro 2


Esto es lo que ocurre cuando, antes de mandar la columna, se te ocurre cambiar una coma. Iba a enviar al DDT la columna Barro y al final ha salido ésta.


Cuando miramos un árbol, o revolvemos en el barro con un palo, o seguimos las líneas del suelo, con frecuencia descubrimos otras formas: esas ramas parecen una pluma, esa línea es una raja en carne viva, ese nudo del parqué parece un retrato de Manolete. Son formas de formas, lo que vemos y lo que imaginamos, dos mundos que se alternan en una sola mirada. Las reconocemos por su condición dramática, de movimiento significativo, la pluma que cae o que vuela, la raja que se abre o que se cierra, Manolete que bosteza con la boca cerrada, como decía el otro, o que no bosteza.
Me gustan las pinceladas que naturalmente parecen cosas, las perfectas contorsiones de las cintas, los pliegues naturales de las telas, el elegante cimbreo de las mieses. No se trata de imitar a la naturaleza, sino que la naturaleza esté en lo que se pinta, por abstracto que sea el cuadro. Barceló me llega por eso, porque lo entiendo sin manuales de instrucciones, y porque cualquier descripción objetiva de sus obras, por científica que sea, genera borbotones de poesía. “Quiero pintar las cosas como nadie antes que yo”, dice, y no es mohín de divo. Se trata de saber ver en las cosas, y de que cualquier pincelada se siga moviendo en el cuadro y hasta las gotas se le escurran al pintor en forma de organismo tormentosamente vivo, como sucede en las maravillosas acuarelas que pintó Barceló para la Divina Comedia, y que están en cualquier librería.
He seguido durante los últimos años lo que se publicaba sobre el proceso de gestación de la capilla del Santísimo que mañana se inaugura en Palma. Me fascinaba tal despliegue de sabiduría en aras de retroceder a lo esencial, al barro que se cuartea. Las técnicas para amasar semejante piel sagrada exigieron nuevos descubrimientos de los artistas alfareros. Sometidos a la presión de lo insólito, de la imaginación del pintor, generaron soluciones nuevas para garantizar la solidez de su escultura de aire, como la llama él. Pero esto es lo mismo que ha hecho Barceló, porque él se ha sometido a un espacio gótico, a un tema evangélico, a una solemnidad estética y al símbolo que debe despertar la fe. Los espacios mínimos le exigen al pintor lo mismo que el pintor exige a sus ingenieros del barro, y es en ese territorio de los límites extremos donde sólo el talento conoce la aguja de marear. Cuento las horas para ver el resultado, cómo ha dibujado los vitrales con el dedo, cómo se mueven los peces, cómo sangran las frutas, cómo respira el barro. Cómo cada grieta es un drama que sólo pudo haber pintado la naturaleza.

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