14.1.07

Mariano


Todos hemos padecido, sobre todo cuando éramos niños, esa extraña propiedad transitiva de la enemistad según la cual uno podía ajuntar o no a otro niño en virtud de discrepancias entre terceros: Fulano dejaba de ser amigo de Mengano porque Zutano, que era próximo a Fulano (en ocasiones ni amigo siquiera, tal vez un mero pariente), había pleiteado con Perengano, que lo era de Mengano; Fulano y Mengano se encontraban, sin comerlo ni beberlo, en una situación en la que lo decente era odiarse, no hablarse y poner de hoja de perejil al antiguo amigo siempre que Zutano (o Perengano) exigiesen manifestaciones de fidelidad.
Cuando el tercero en discordia era una persona mayor, se producía una especie de aislamiento obligatorio: siempre había alguien con quien dejabas de hablarte, y en esa distancia muda se creaba un mundo de suposiciones que agrandaban la condición maligna del prójimo. Así funciona la mente tierna de un niño y así funcionan las mentes de las personas mayores que se comportan como niños. Lo que pasa es que los niños lo ventilan con insultos absurdos, con largas palabras sin más sentido que el de buscar un improperio más gordo que el que acaba de recibirse, con aquellos neologismos califragilísticos que nos inventábamos cuando la ira era más fuerte que el diccionario; pero los mayores, que siempre emplean palabras del diccionario, proceden de inmediato al aislamiento, al yo no me junto con ese, o bien yo no me junto con la gente que va con ese, y eso, en el mejor de los casos, puede durar toda una vida de educado desprecio, y en el peor puede conducir incluso a serios enfrentamientos o airados desdenes.
Ayer, en la manifestación de Madrid, tuve conciencia clara de que se trataba de una manifestación de izquierdas, o, para ser exactos, una manifestación de la izquierda que se moviliza; pero tengo que reconocer que yo me esperaba algo un poco más heterogéneo. No fue así. Me temo que las casi doscientas mil personas éramos todas del mismo palo. De vuelta, en las calles sin tráfico, llenas de mochuelos que regresaban a sus olivos, pensé en lo absurdo de que algunas asociaciones que apoyan a los extranjeros se sintiesen obligadas a no acudir a la primera oportunidad que hemos tenido en este país de solidarizarnos con ellos; lo incomprensible de que gente que ha sufrido en sus indiscriminadas carnes el salvajismo de ETA no marche codo con codo con quienes lo acaban de sufrir. Debió ser muy doloroso para los franciscanos de Bravo Murillo, por ejemplo, retirar por la mañana de su colegio para trabajadores extranjeros carteles que decían “Iros a Ferraz”, y no acudir por la tarde a la manifestación de apoyo a los extranjeros porque así lo ha ordenado la jerarquía eclesiástica.
Sospecho que es este ridículo aislamiento de todo lo que tenga que ver con Perengano lo que de veras perseguía el Partido Popular cuando decidió no acudir. No pueden consentir que nos mezclemos. Todo se vendría abajo si ellos descubriesen ayer que los trabajadores extranjeros y quienes los apoyábamos somos personas tan normales y corrientes como ellos. Me he dado un paseo por los periódicos de derechas y la información, por llamarla de alguna manera, está plagada de consignas biliosas que yo no escuché. La ración de odio de hoy domingo consiste en hacer creer que ayer tarde todos estábamos mofándonos de los muertos y dando vivas a ETA. Por eso no han entrado en ninguna guerra de cifras, porque querían amplificar la sensación monstruosa, los poderes del enemigo, la otra mitad del país que amenaza con tirarnos a un abismo que yo, con la última actualización del IPC, todavía ignoro en qué consiste.
Se nos mantiene a distancia para que no nos conozcamos, para que en la distancia nos reinventemos mutuamente y nos detestemos cada día más, para que todo en esta vida sea un elegir entre Zutano y Perengano. Mientras tanto, en silencio, los Fulanos sabemos que somos más parecidos a los Menganos de lo que nos están haciendo creer todos estos Marianos.

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