10.6.13

Calamidades


Geórgicas, IV, 251-280

Como la vida trae nuestras calamidades
también a las abejas, si acaso languidecen
sus cuerpos con la triste enfermedad,
por no dudosos síntomas podrás reconocerlo:
de pronto a las enfermas les cambia la color,
les deforma el aspecto una horrible delgadez,
sacan luego los cuerpos que no verán la luz
de sus casas y marchan en triste pompa fúnebre.
O cuelgan del umbral trabadas con las patas
o se juntan adentro, con las puertas cerradas,
desfallecidas de hambre, encogidas de frío.
Entonces se escucha un sonido más grave,
un zumbido constante, como se oye silbar
alguna vez al Austro frío entre los bosques,
como brama el mar revuelto en el reflujo,
como el fuego en los hornos cerrados se arrebata:
quemar fragante gálbano entonces te aconsejo
y acercarles la miel con canutos de caña,
animándolas tú, llamando a las enfermas
al manjar conocido. Aprovecha también
añadir el sabor de agallas machacadas
rosas secas o arrope, espeso a fuego lento,
o racimos ya pasos de uva psitia, tomillo
cecropio y hiel de tierra, de penetrante olor.
Hay incluso una flor en los prados, la mielga,
la llaman los labriegos, bien fácil de encontrar,
pues de una sola cepa saca enorme mata;
tiene el botón dorado, y en cambio en los pétalos,
que se extienden copiosos por todo alrededor,
asoma el color púrpura de la violeta negra;
a menudo se adornan las aras de los dioses
con guirnaldas trenzadas; sabor acre a la boca;
la cogen los pastores en valles repelados,
a orillas del Mela y su corriente tortuosa;
pon la raíz en vino aromado a cocer,
y en las colmenas, delante de la puerta,
           en cestos bien cumplidos arrímales comida.

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