17.12.19

Rama


Estos días se prestan a la descontextualización de los detalles, que es, junto con la desproporción, la clave del arte contemporáneo. Cuando miro la enramada no tengo más que ir moviendo un marco para que el laberinto cobre un cierto sentido. Las imágenes más honestas serían aquellas en las que aparecen todos los objetos que rodean y definen al modelo y nos aclaran su escala real, lo que equivaldría a decir que el mejor retrato sería el de un individuo entre muchos, o alguien de cuerpo entero junto a un animal, como se fotografían los vencedores de las ferias de ganado. Me detengo en el ramaje intrincado del chopo viejo, que se mezcla con el del nogal y el del cerezo, y para orientar mi vista, para enfocarlo, tengo que abstraerlo, buscar sus puntos esenciales, sacarlo de donde está. Al mismo tiempo, lo que he elegido ver, al margen del resto, inspira un entorno que no tiene por qué ser el mismo. Ni siquiera tiene por qué ser. 
Sin hipertrofias ni incongruencias no hay sorpresa, impacto, todo eso juvenil que valora el arte nuestro, cuando no deja de tratarse, en sentido literal, de sacar las cosas de quicio. Esta sensación no la he tenido estos días atrás, atento como estaba al movimiento del conjunto, al cambio del contexto. Pero una de las señas del invierno es que no hay procesos generales. En un encuadre de otoño la abstracción es del color, no del árbol que lo sostiene. En invierno la abstracción es el encuadre. Es tan nítida la sensación de que nada alrededor sucede, de que hemos arrancado un jirón de silencio, que el pensamiento no vuelve a huir de la imagen en busca de aquello que le da sentido; al contrario, busca en ella. La explosión de tonalidades provocaba el desasosiego de quien quisiera acapararlo todo, verlo y sentirlo y disfrutarlo todo. Ahora la sensación es más bien de conformarse con lo inmediato. Cuando la naturaleza descansa uno tiene más tiempo de pensar en sí mismo. Somos esas estructuras caprichosas que se sostienen de milagro, lo que vemos podría ser vertical u horizontal, frontal o cenital, estéticamente ingrávido. En el invierno de la cartuja separan el huerto individual con altas tapias y se concentran en que no suceda nada. Damos vueltas en torno a objetos huérfanos, como buscando el hueco en el que recogernos hasta que pasen los fríos.

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