8.12.19

Rosada


Hoy ha tardado menos la niebla en levantar, pero ha dejado un manto de escarcha sobre las hojas muertas. A su inmovilidad acartonada y marrón se le sumaba la rigidez del hielo, como soldados caídos en la trinchera, antes de que la noche los cubriera con un sudario de cristal. Algunas parecen tiznadas, negras por congelación, en un tono al que el marrón no llega nunca
Sin embargo los oxalis, esos tréboles gigantes que invaden la grama, se retuercen con las mismas curvas que si les hubiesen prendido fuego, pero un par de horas más tarde ya están otra vez verdes, frescos y desplegados. Los crisantemos todavía conservan las flores tersas, pero las hojas también han cogido el pardo negruzco y sin vida de los hielos irreversibles; es posible que se hayan muerto, pero queda la flor, en lo alto de un tallo sin vida. Aunque quién sabe: las hortensias aparecieron como candelabros derretidos pero luego, al ir a resguardarlas todavía más en la leñera para la helada que vendrá esta noche, hemos visto que incluso les habían salido brotes nuevos, ingenuos verdes, sonrientes, que habrá que proteger como a bebés prematuros. En los restos orgánicos se han ido acumulando diminutas formaciones geométricas, cristales tan solo más brillantes que el moho, pero con el mismo aspecto ciliar de las bacterias putrescentes. 
Ha sido como un ataque del invierno, una de las acometidas que en las dos últimas semanas estremecen el jardín para al día siguiente abrigarlo con la luz. Aún no se habían derretido las escamas que dejó la niebla y el sol ya destellaba en las hojas de las zarzamoras. En cuestión de minutos, la costra blanca se ha ido reduciendo en minúsculos grumos como de sal humedecida. Los montones de estiercol han sorbido la escarcha y pronto el vapor ascendía entre las ramas erizadas de los arces y volvía a confundirse con las últimas hilachas la niebla.
Luego el día ha salido espléndido, lo poco que ha durado. Barriendo las hojas secas daban ganas de quedarse en mangas de camisa. Las hojas han perdido la rigidez de la rosada, pero al quedar tan húmedas también han perdido el almidón del ocre. Ahora unas se pegan con las otras como pasta de papel, igual que se sumergen los periódicos en una tina y las palabras quedan reducidas a un engrudo gris verdoso. Y les queda el invierno.

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