19.12.19

Viento, 2


Hace un día de los que aquí llaman rabosos. No llega a criminal, cuando es imposible estar siquiera en el jardín. Hoy soplan los austros, vientos del sur, más fríos que los ábregos del suroeste que trajeron la lluvia estos días atrás. No soplan con violencia, no son esos cierzos descomunales, de los que aquí, por otra parte, estamos muy bien protegidos. Son, más bien, una brisa helada que sopla por el día cara las montañas, vientos catabáticos que se desparraman por el valle, y al entrar en los cortados del río se amontonan como en un embudo y aumentan su fuerza y su velocidad. Mañana vuelven los ábregos, más templados, y traerán más lluvia. Hoy es solo un primer aviso, pero el domingo nos visita el viento del invierno.
El otoño se despide con sus vientos típicos, húmedos, frescos sin llegar a fríos, y llena de líquenes verdes los troncos de los cerezos. Las ramas más altas se menean sin llegar a cimbrearse, pero las gotas de rosada no terminan de caer, y más abajo todo es quietud. Mientras cavo el huerto tengo que girar a veces la cara porque me sopla de frente, pero son restos de viento, el que sube por las laderas del valle, casi sin fuerza, como salpicado del chorro que vuela río abajo, por los bancales de maíz que abren la vega.
Aquí, no obstante, los vientos del sur llegan un poco resecos. Han tenido que ascender por la meseta, que no es ni mucho menos plana, y si continúan viaje se mezclan con los vientos de las sierras e inundan la costa del temido poniente. Si me asomo al páramo que tengo encima, el viento es más crudo y violento; si bajo a la orilla del río, todavía se puede cerrar los ojos y sentirlo en la cara. Incluso cuando en el jardín no se menean ni las últimas hojas negras que quedaron, quién sabe por qué, colgando de la catalpa, afuera la gente se sujeta el sombrero. 
No me puedo quejar del viento. De los notos más duros me protege una muela que tengo al sur; del cierzo, un desnivel considerable con respecto a la llanura donde sopla con toda su alma, y de los vientos que bajan por el valle, por ancho que sea, me llegan hilachas filtradas por las ramas de los árboles. Con la cabeza baja, cavando, leyendo, casi ni los percibo.

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