29.9.06

Stendhal 2


Ella es Gina, la duquesa de Sanseverina. Ni Clelia, su contrincante amorosa, ni mucho menos el tontaina de Fabricio, su inalcanzable y cercano amor, se pueden comparar con Gina. Bien es verdad que cuanto más, por así decir, decepcionantes sean los otros personajes, más ha de brillar la heroína; pero también es verdad que otros personajes –el conde Mosca, sin ir más lejos– crecen a su lado hasta convertirse en indiscutibles protagonistas, y salen muy favorecidos.
El resto de las mujeres de la novela tienen algo de tontas o de malvadas. La hermosa cómica de la legua, la coima de Giletti, el cómico por cuya muerte se desencadena el drama, o bien la misma Clelia, muy mona y petrarquista, son personajes que no van más allá de su desatado amor. El amor arrasa en ellas, sobre todo en Clelia, y actúan como abducidas, y si se resisten un poco (como le ocurría a Mme. de Rênal en Rojo y negro) no es más que por cumplir un digno papel durante algunas páginas. Clelia se entrega a Fabricio como una vestal entregaría su virginidad en un altar de sacrificios, paralizada por un tormento algo gazmoño que se le pasa enseguida.
Pero Gina, que es la que más enamorada está de todas y también la que ha escogido a un amante que, además de imposible, es un niñato consentido -por ella-, sin embargo las abruma con su desparpajo. Jamás deja de hacer algo que haya dicho que va a hacer (bueno, una vez al final), aunque lo haya dicho en mitad de un arrebato, porque en su carácter enérgico los arrebatos no son sospechosos de insensatez, si acaso de imprudencia. El conde Mosca, a su lado, hace lo que haría cualquiera junto a una mujer así: conformarse con lo que le ofrece, porque cualquier mínima exigencia, cualquier mínima falta de lealtad (ay, ese "proceso inicuo") puede castigarlo con un adiós definitivo. Pero luego ella es tan noble, tan íntegra, tan agradecida (¡cómo le dice al conde que lleva cinco años respetándolo, pero que a partir de ese momento no responde de su alcoba!, ¡y cómo se traga el conde la peladilla, con qué dignidad!); es tan ingeniosa y tan capaz de hacer feliz a los demás con su existencia teatral (“he pasado una hora actuando en el teatro y cinco en el gabinete”, dice Gina mientras urde una estratagema para casar cuanto antes al marqués de Constanz, o algo así, con su odiada Clelia); es tan perfecta su proporción de azúcar maternal y afrodisíaca canela (cuando se come a besos a Fabricio, el bobo no es capaz siquiera de dejarse acometer por esa ola como una ola que se le viene encima); es, en fin, tan distinguida y tan transparente, tan espectacular y tan sencilla, tan realista y tan loca, que a su lado el perfecto amor cortés de Fabricio por Clelia parece la serenata de un poeta desnutrido. Habitar en la misma novela que Gina y no estar locamente enamorado de ella casi lo invalida como héroe.

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