4.12.05

Programa


Creo que fue Muñoz Molina, hace ya bastantes años, el que dijo que en España no se sabía encarecer a alguien si no era insultando a los demás. Esta semana he tenido acceso a dos interesantes ejemplos de tan bárbara costumbre, en un medio tan poco usual para la agitación política como es el programa de mano de un espectáculo. Uno era de Tres sombreros de copa, una lujosa producción que se aprovecha de la desidia de los programadores (Mihura es un fijo en selectividad) para perpetuar el hecho de que ésta sea la única pieza teatral que han leído, o visto, muchos jóvenes bachilleres. Y está bien, pero tampoco es para salir de “la caverna”, como dice, en el programa de mano, el vulgar poeta y mediano traductor Luis Alberto de Cuenca.
El otro programa es el de En un lugar de Manhattan, de Els Joglars. En un texto mal escrito, entre anacolutos, faltas de ortografía y redundancias, Albert Boadella se despacha contra “el ejército de acomplejados militantes de la modernidad escénica”, de entre los que profesa una especial tirria contra La Fura del Baus, a la que debe referirse eso de la “obsesión timadora” y de que “cualquier nulidad se atreve con los clásicos”.
Pero luego cierras el programa y empieza el espectáculo, una cosa tópica, larga, plomiza, con las bromas viejas de los vascos y los catalanes, con los chistes viejos de los argentinos y los vetustos chascarrillos sobre las feministas, lleno de empalmes y puntos muertos, de estiramientos artificiales y plomerías de oro falso, y de una irritante falta de sustancia. Todo ello, eso sí, sobre el valor seguro de sus magníficos actores, por más que Ramón Fontseré haya empezado ya a imitarse a sí mismo.
Ambos espectáculos están programados por la Comunidad de Madrid, que invierte en cultura. Bien hechos sí que estaban; pasta se gastaron, desde luego. En el de Mihura la gente se reía con más frecuencia, cuando tocaba y cuando no tocaba, como cuando la actriz protagonista, una señora de cuarenta años, hablaba de que aún era muy inocente, que aún estaba creciendo. El público, la muchachada, se partía de risa.

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