16.12.05

Máchina


Estuvimos anoche viendo a De la Guarda, una compañía de volatineros argentinos. Unos actores que parecen hinchas del Boca desesperados van corriendo por las paredes, atados por un arnés a cuerdas que cuelgan del techo. Otras veces se apiñan los actores como si se los llevara el viento, o escenifican la fácil metáfora del abismo y la pared. Los actores aporrean violentamente unos timbales, hay un vocalista de fraseo étnico y la sección de viento es también del Boca Juniors. Las luces estroboscópicas provocan bonitos efectos argentinos en el techo que son saludados por el público con oes y aplausos. Los actores, que interactúan mucho, se agarran a la gente o la escogen para subirla por los aires.
A mí me pareció una atracción de feria, francamente. Los pocos géneros eternos que tenemos no desaparecen nunca del todo, se transforman, se adaptan o se disfrazan de otros géneros. El circo de animales enfermos ya pasó a mejor vida (no obstante, por cierto, aún es legal tener aparcado en la calle a un tigre hambriento para que se coma el brazo de alguien, como en La cuarta mano, y que ha ocurrido hace bien poco en España). Sobreviven a la descomposición del circo los números que no huelen mal, y ello de un modo más orientalizado, más sinificado, como en el Circo del Sol. Esto de De la Guarda está bien para un número, es una magnífica ocurrencia muy bien hecha que da buenas ideas para todas las escenas de deus ex máchina habidas y por haber, y suena, en efecto, a ese circo intimidatorio y visceral que tanto furor hizo con La Fura del Baus.
Pero me resultó un tanto premioso, un poco pleonástico. El indudable impacto visual de la propuesta se quedaba en gags de aspecto agresivo y un fondo, creo yo, bastante pueril. Yo vi a la gente pasárselo estupendamente, aplaudiendo a rabiar y alargando los brazos para que les tocase a ellos esa interactuación que a mí me saca de mis casillas. El ambiente era de plásticos y tubos y cómics animados, muy noventa, en ese doble viaje de la estética que implica hacer un espectáculo del propio efecto, hacer un deus de la propia máchina.

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