5.11.06

Cabecero


Diario de Teruel, 9/11/2006

No hay muchos árboles que sean más hermosos desnudos que con hojas. Las hayas, por ejemplo, ocupan en nuestro imaginario el sitio de las ramas dactilares, de los bosques con ojos. La selva de Irati es tan espectacular cuando las hojas cambian de color como cuando ya están todas en el suelo. A las hayas tentaculares de los cuentos siguen castaños desdibujados en una niebla de ramones grises, con esa rugosidad blanquecina de las cortezas que les aporta un aire casi místico de fragilidad.
También estarían entre los más hermosos los álamos desnudos, sus flamas frías, sus porte gótico esquemático, de no haber sido por el prestigio machadiano de los álamos dorados. Sin embargo, la familia de los chopos, desnuda, es mucho más impresionante si se trata de árboles trasmochos, de chopos cabeceros, como muy oportunamente nos recuerda Chabier de Jaime Lorén, una autoridad en la materia.
En otras zonas más conscientes de sus encantos, el árbol trasmocho es una institución de la naturaleza civilizada, y no me refiero a los mondadores de plátanos, tan castellanos, sino a los trasmochos del País Vasco y de Navarra, protegidos como un dolmen que estuviera vivo. Lorén no desaprovecha las oportunidades de recordarnos que en Teruel viven importantes bosques de cabeceros que se están abandonando por la falta de uso y por la ignorancia correspondiente. Es decir, lo que un padre cuida porque le interesa (madera para las vigas y para las judías, para los cestos y para carbón), el hijo lo abandona porque no lo necesita, salvo que su recuerdo empiece a serle rentable, claro.
El cabecero es, además, un símbolo muy rico. Es brutalmente podado pero vive más que los que no se podan. No crece mucho pero genera troncos mucho más robustos. No está pensado para el disfrute (los hombres lo escamondan y las cabras lo ramonean) pero esos viejos muñones erizados de ramas tiernas consiguen un dramatismo como de labradores viejos, cargados de hombros, las falanges nudosas, la tez labrada, el pelo tieso. En cualquier caso, nos impresiona como versión pequeña de un árbol gigantesco, o como versión gigante de un arbusto pequeño. Su tamaño está humanizado, pero al mismo tiempo choca con las proporciones que acostumbramos a ver. En ese desajuste creo yo que se ve su aspecto de culto basto y pagano, su imponente condición estética.


3 comentarios:

  1. Anónimo11:27 p. m.

    Estimado Sr.
    Hemos leído en "Diario de Teruel" el artículo sobre el chopo cabecero y queremos traladarle nuestra grata sorpresa por saber de la existencia de personas capaces de describir de un modo tan hermoso la belleza que encierran estos viejos árboles.
    Sabemos que en otros países europeos los trasmochos han sido incluidos por poetas y novelistas, pero no teníamos noticias que aquí también ocurriera.
    Estamos escribiendo un libro que en breve editará el Centro de Estudios del Jiloca sobre el tema ("Los chopos cabeceros en el sur de Aragón: la identidad de un paisaje") y nos gustaría incluir su columna literaria como ejemplo de las posibilidades creativas, si no tiene inconveniente.
    Un cordial saludo
    Chabier de Jaime

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  2. Me parece estupendo, mucho más de lo que merecía la columna. No obstante, me gustaría pulirla un poco antes de que la vayáis a incluir en la publicación.
    Muchas gracias por leer la columna.

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  3. Anónimo1:18 a. m.

    Oye, que a mí también ma gustao. Creo que también la publicaré en mi próximo libro pues, aunque esos bonsais torturados me dan, de siempre, un poco de grima, encuentro no poco elogioso para mi próxima obra, de la que no tengo decidido el título ni aún el tema, el que alguien haya elogiado algo de lo que se publique entre sus cubiertas. Entendereis lo que digo si os cuento, perdonad el tuteo,que nigun apublicación de las que he participado tuvo jamás comentario alguno, ni elogioso ni vituperoso. Pues eso, que también me la pido

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