1.11.06

Iranzo


Diario de Teruel, 2/11/2006
José Miguel Iranzo acaba de firmar un magnífico documental sobre su tocayo, José Iranzo, el Pastor de Andorra, que a los noventa años ha grabado un disco al cuidado de Joaquín Carbonell y mantiene la misma portentosa voz para cantar las jotas que para contar su vida. A los que no escuchamos jotas todos los días, la figura del pastor Iranzo nos suena, además de a la Palomica, al cantador asilvestrado al que se enseña por el mundo como si su voz fuera una rareza etnográfica, con la misma sospechosa condescendencia con que al mismísimo Camarón lo llamaban salvaje. Cuando los progres de entonces (Labordeta uno de ellos) lo escuchaban cantar, se creían exploradores de vanguardias escondidas en la tierra de labor, y les hacía gracia que el pastor les explicara que es así como cantan los pastores cuando están en una cueva y juegan con las reverberaciones; pero yo creo que no lo terminaban de entender.
Todo esto sería poco si el otro Iranzo, el de la cámara, sólo nos hubiera enseñado al jotero que dejaba la masada para irse de gira por Europa y rechazaba contratos en Cuba porque le estaban pariendo las ovejas. Iranzo nos enseña mucho más; literalmente, nos lo muestra, con la misma transparencia de los ojos del Pastor cuando comenta las ventajas de viajar o nos dice que el origen de la mala salud son los disgustos, y que él nunca ha pleiteado con nadie, y menos con su mujer, su querida Pascuala, a quien dedica una estremecedora, bellísima declaración de amor. No cometeré la torpeza de transcribirla de memoria, pero se me ha quedado grabada como me impresionan las personas que son serenos testigos de sus sentimientos, los contemplan, los escuchan y los siguen, pero no se los inventan ni los usan nunca para torturarse ellos ni para torturar a los demás.
Sería una verdadera lástima que sólo los joteros acudiesen a esta estupenda obra de arte de los dos iranzos. El pastor Iranzo no sólo tenía voz para cantar, sino sobre todo para hablar. Su perfección narrativa es a la literatura oral lo que sus jotas a la música popular, porque no sólo es una forma entretenidísima de contar las cosas sino también una forma natural de verlas, de gozar del entusiasmo de estar vivo y ser inmune a los manejos políticos y a las sofisticaciones culturalistas. El pastor cuida el ganado sobre el fondo de las chimeneas de la térmica de Andorra, y canta la palomica. El otro Iranzo, el de la cámara, lo sabe mirar.

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