1.11.06

Scoop


Me hacen gracia los comentarios refunfuñones de los críticos cuando todos los años por estas fechas juzgan la nueva película de Woody Allen. Todos dicen abiertamente o sugieren ladinamente, según lo sinceros o lo zorros que sean, que Allen se copia a sí mismo y que la película no es tan buena como otra del año 74, del 87 o del 92, igual que un catador de vinos tragaría sonriendo para adentro, con la relajante suficiencia del a mí no me la pegas. Si supiesen entender su propia actitud de críticos enólogos no serían tan perdonavidas.
Anoche, mientras empezaba la película, eché un vistazo a la filmografía que venía detallada en el prospecto. Desde 1966 hasta 2006, es decir, en cuarenta años, ha escrito, dirigido y muchas veces interpretado treinta y siete películas. Eso quiere decir, sobre todo, que ha sabido zafarse de las grandes y dilatadas producciones, no sólo de la industria comestible sino de las epopeyas de verdad. Su carrera es más a lo largo que a lo ancho, y aun así abundan las obras maestras. Estos críticos borrachos de grandeza pasan por alto la increíble labor de estilización que cada año atornilla todavía más la transparencia de sus películas. Cada vez están más despojadas, igual que el mago que Woody Allen interpreta en la película manosea trucos viejos y el público ríe con su condición de previsibles, pero siempre termina su actuación con un número inexplicable, igual de sencillo que los demás, igual de perfectamente ejecutado, pero nuevo, limpio, recién nacido.
Los años en que las películas no son tan maravillosas, a uno le queda la limpieza de la narración, la sabia disposición de los elementos, la gracia fresca de los chistes viejos, o la desternillante de los nuevos; eso que, en resumen, podríamos llamar destreza. A mucho cine contemporáneo (y a casi todo el español) le sobran kilos de ambición y de ortodoxia cinéfila. Uno tiene la sensación de que las películas, más que filmadas, están manipuladas, y que siempre hay varias personas calculando los detalles, vigilando para que no se escape el conocimiento ni se cuele la inspiración. A Woody Allen, sin embargo, me lo imagino trazando cuatro rayas, zas zas, dejando que sea su experiencia y su talento los que las vayan dirigiendo, es decir, sin intervenir demasiado en lo que naturalmente su genio produce. En ese sentido, estoy seguro de que Allen ve sus películas en una posición parecida a la del espectador: a ver qué ha salido este año. Lejos de entender esto, los críticos beodos de enciclopedismo le acusan de trabajar poco las películas, cuando es esa su mayor virtud, porque hay algo en el arte que excede al control del artista, algo sublime que, si sale, sólo puede salir así, rápidamente, casi sin enterarse. Si no hay sublimidad, queda la maestría, que siempre añadirá detalles antológicos a su larga obra.
De Scoop me quedo con esa creciente sensación de teatralidad que llevo viviendo estos últimos años con sus películas. A pesar de que todo el mundo habla por los codos, sus palabras están al servicio del momento en el que son pronunciadas. Me ponen del hígado los guionistas fabricantes de diálogos que sólo sirven para cuadrar la escena. Eso que nos creemos que es la mímesis, el hecho de que lo importante, para serlo, debe estar arropado por lo secundario, Woody Allen lo interpreta a su manera, pero en su libertad recupera un clasicismo cristalino. Todo es igual de importante e igual de secundario, todo se basta por sí mismo y todo funciona para el todo. Un ligue con todos sus pasos de baile nupcial le cuesta contarlo un minuto, la escena se nos dice con gracia y no hay ni asomo de precipitación, la velocidad es perfecta, nunca echamos nada de menos, el ritmo lo compone una sucesión de agradables sorpresas. Las situaciones previsibles hacen que gocemos más de ellas, nos encanta que vuelvan a aparecer los personajes, esperamos a ver cómo resuelve el final que deliberadamente ya nos ha contado, igual que los verdaderos cuentistas cuentan primero lo que van a contar, pero siempre emboban cuando vuelven a contarlo y siempre, siempre hay algo muy hermoso que se guardaban para el final.
Nos imaginamos que el periodista muerto aparecerá donde aparece, pero ninguno nos pensábamos que seguiría muerto, que es, por otra parte, lo más lógico. Esa sorpresa, ese llevarnos a prever lo irreal pero encantarnos todavía más con lo real, también sucede con la película entera. Dejo a quien lea esto que vea cómo.

2 comentarios:

  1. Primero mi profe de Inglés al que no le gusta Woody Allen me la recomienda y luego me encuentro con tu entusiasta comentario.
    Tendré que sacar tiempo para ver la película.

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  2. Pienso bastante a menudo que debe de exigir algún trabajo extra el que algo nos guste o admirar algo verdaderamente. Supongo que existen demasiadas cosas que ver, escuchar y leer y preferimos pensar que aquellas a las que no atendemos simplemente no merecen la pena. Lo nuevo lo vemos con ganas de encontrarle el cartón: a ver a qué se parece o en qué cajón de tal estilo que no me interesa lo puedo meter. Lo viejo, lo que llamamos clásico, lo reconocido, estamos deseando que se vuelva abarcable, no queremos que avance, ni queremos más de lo mismo, queremos que no exista. Soy fan de Woody Allen y, es cierto que no todas sus películas me parecen igual de buenas, pero Match Point, Maridos y Mujeres y Anie Hall para mí tienen la misma calidad, y las he celebrado siempre independientemente del año en el que fueran hechas. A ver esta última.
    Para mí de todas formas, la peor película de Woody Allen puede ser una de las mejores películas del año.

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