27.12.20

Gris

Cuaderno de invierno, 7


Cada vez que entro en el Thyssen de Madrid voy a ver un cuadro de Anton Mauve, un realista holandés del XIX, vinculado con la escuela de La Haya y maestro durante algún tiempo de Van Gogh, quien siempre habló de él en términos muy elogiosos. El cuadro se titula Cruzando el brezal, y aunque no es una tópica escena de invierno (hace un día destemplado sobre el verde permanente de los brezos), sin embargo tiene toda la poética del gris que asociamos a esta época del año. Quizás el más famoso de sus cuadros sea el titulado Pantano, un ejemplo de desolación que llega, por lo menos, hasta Wyeth. Lo bueno de Mauve es que no pinta el frío desde un cómodo estudio sino desde el mismo frío. Da la sensación de que las pinceladas son las propias de una mano aterida, y las ondulaciones y sinuosidades son producto de ráfagas de viento que despintan las imágenes. Excelente pintor de vacas (para mi gusto, de la categoría de Julien Dupré), supo eliminar de las escenas campestres el candor sin por eso afectar a la poesía, más honda y potente en sus cielos anubarrados, sus caminos llenos de charcos y sus páramos ventosos. Las vacas de Mauve aguantan sobrias la penuria del invierno, y caminan cabizbajas largos trechos en busca de un prado que no esté reseco ni encharcado.



Pintar el invierno tiene sus complicaciones. La paleta es más reducida y los matices se multiplican. No se trata solo de pintar la nieve, que siempre tiende a lo naíf o a lo grandioso. La nieve es dramática, Goethe contra la ventisca en San Gotardo, pero el invierno, salvo que el bóreas arrecie, es más bien un resultado, el camino después de la tormenta, la mañana después de la helada, un lento y solemne mantenerse bajas las temperaturas. La nieve es efímera, al menos por estos pagos, y su símbolo es una estrella de cristal, pero el invierno rodea y permanece, lo vemos en el jersey de lana, en las solapas subidas del tabardo, en los puños metidos en los bolsillos. Lo vemos en el interior que convive con la extremosidad crujiente del frío. Ahora mismo el día está tranquilo, no hay viento, apenas se mueven las nubes, pero todo vibra como si cada rama se estuviera encogiendo sin doblarse. La naturaleza combate el frío con paciencia y dignidad, su aspecto es el de quien no da muestras de cansancio porque solo está a mitad del camino.




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