31.12.20

Resistencia

Cuaderno de invierno, 11


Esto es lo que ha quedado de las tomateras, un montón de ramillas deshidratadas. No las aplasto antes de transportarlas porque me gusta ver cómo las fulmina el fuego. Al ser ya leñosas no pueden doblarse sin quebrarse, de modo que al amontonarlas dejan mucho espacio interior por el que el fuego asciende en una sola llamarada. Dentro algún tomate ha resistido a todo: ni lo vimos al recogerlos, cuando teníamos que sortear los rodrigones y atravesar de perfil la selva de ramas verdes, ni se cayó al podar los ramúnculos que crecen entre rama y tallo ni al cortar las ramas bajas y espolsarlas, ni se soltó cuando la planta se quedó sin savia ni tampoco ahora al arrancarlas de raíz y arrojarlas al montón de broza. Le han pasado por encima las heladas y los aguaceros, y un viento que a veces tumbaba las cañas de las judías, cuando el verde ya no era lo bastante vigoroso para sujetarlas. Antes de echar las plantas secas a la hoguera, habrá que recoger ese tomate verde, de un verde pálido, grisáceo, como de cobre corroído. Es posible que después de todas las penalidades le haya quedado dentro alguna semilla fértil. Mi primer criterio de selección genética no es conservar un tomate especialmente sabroso o carnoso, sino uno que puede que no llegue a madurar pero al menos no hay que agacharse nunca a recogerlo. 
En los caballones todavía quedan tiesas las varillas de hierro que con el óxido han dejado de brillar y pasan desapercibidas entre los otros tonos terrosos de alrededor, y que debí de clavar en el subsuelo porque no hay manera de sacarlas. Entre ellas, desperdigados por los surcos, los tomates que nunca recogimos, algunos despachurrados, y que revolveré con la tierra y el estiércol para que se pudran junto a las plantas nuevas. Ha sido buen año para los tomates, sin duda. Mientras estaban saliendo, los comíamos a cualquier hora, y entablábamos alegres discusiones sobre si el sabor del corazón de buey era más o menos intenso que el del tomate del terreno. Quedaron muchos kilos de tomate para conserva y al final, allá por octubre, estábamos tan ahítos que los últimos, esos que ahora motean el suelo de rojo y verde claro, los dejamos ya sin recoger. Ha quedado ese, agarrado a la rama, como una cría que no se suelta del cadáver de su madre.

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