11.2.24

Cadiera

Cuaderno de invierno, 53


La cadiera, como se llamaba por aquí al banco con respaldo, tiene más de un siglo. Estuvo muchos años al amor de la lumbre, en ella se sentaban sus dueños a pasar las largas noches del invierno. Cuando ya era muy vieja sirvió de decorado para una película de amor, y después unos amigos la guardaron hasta que nosotros nos la trajimos. Aunque había sido tratada contra la quera, no podíamos meterla en casa porque tenía demasiados agujeros de carcoma, de modo que la instalamos al resguardo del sol, debajo del alero, pero en todo caso a la intemperie. Cada año le aplicamos un protector, pero no la barnizamos porque si quisiéramos lijarla no tardaríamos en destrozarla. Igual que un viejo enfermo pero con buena presencia, digno y envarado, por dentro está hecha migas. Con el tiempo se ha convertido en una especie de árbol. En invierno está sola, despojada, gris de viento, verdosa de musgo, pero luego, en primavera, sacamos macetas del invernadero y se llena de plantas y de flores. Las guirnaldas le caen por los brazos en los que antiguamente se apoyaban para dormitar los labradores, las hortensias florecen por delante de las muescas del tiempo y los tablones del respaldo, que poco a poco se van desencajando. Ya hace días que nos dimos cuenta de que estamos asistiendo a un final muy parecido al de un ser vivo. Sobrelleva bien los embates del frío y el peso de las plantas, pero ya no aguanta el peso de nadie. Lo que fue madera recia de la sierra, cepillada y ensamblada cuando se casaron los mozos del pueblo, quizás el primer mueble de un hogar humilde, es ahora un poyo frágil que no admite más clavos que los torcidos y herrumbrosos que ya tiene. 
Y cada primavera, cuando vamos a sacar las plantas, nos preguntamos si no estaría mejor con una mano de pintura, con esos tonos alegres con que se decoran los jardines, con esos barnices fuertes que sacan las vetas y acristalan la madera, y no este tono anémico y descolorido. Pero acabamos convencidos de que así es más elocuente, y además llega un momento en que uno sabe que aquella madera recia, por más inviernos que la degraden, se mantendrá en pie más tiempo que sus dueños, igual que sobrevivió a los jóvenes enamorados que la estrenaron y a los artistas apasionados que la retrataron.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.