29.2.24

Sarga

Cuaderno de invierno, 71


Después de la barrida general de ayer, nos han sorprendido las sargas cargadas de flores, los sauces grises que crecen por toda la ribera. Ya habíamos visto verdear algún desmayo, que es el sauce lánguido y vistoso de los jardines privados, el sauce decorativo, babilónico y prerrafaelita. Estos otros, las sargas, son como parientes pobres, asilvestrados y resistentes, de hojas más pequeñas, de flores más duras, arbustos de rama tiesa que no se cimbrean hasta el suelo ni los mece cualquier brisa. No son sauces para piscinas de riñón, como esos que se ven cuando te asomas por las celosías de las casas de postín, sino para remansos del río. De hecho, un poco más abajo, en un recodo del Alfambra, está el famoso Pozo de la Sarga, donde antiguamente acudían los zagales a darse un chapuzón. No muy lejos estaban las piscinas de tapias altas y plátanos amaestrados, de damas ociosas y camareros con pajarita, pero en el río se juntaba la chiquillería ruidosa y temeraria, que se colgaba de las ramas de la sarga para tirarse al pozo igual que Tarzán se columpiaba con las lianas. El sol se reflejaba entre las aguas removidas, los muchachos salían con la sonrisa chorreante y los pies manchados de tarquín, alguno con un cangrejo en la mano. Entre los sauces de las piscinas, los niños de casa bien estrenaban bañador y se acercaban al bordillo con cautela, siempre con un aya pendiente de que no se resbalaran. La naturaleza también parece guardar estos extraños equilibrios: el árbol suntuoso es más frágil y enfermizo, víctima de plagas y de heladas, pero el arbusto silvestre crece haciendo frente a las adversidades; sus flores no son campánulas fragantes, pero no hay ventisca que las arranque; sus ramas no dibujan sentimientos, pero sirven para que los niños se agarren en tardes de risa y aventura.
Tenemos dos sargas ya enraizadas en maceta que antes de que acabe el mes pensábamos plantar junto a la acequia. Pero la sarga es más dura de lo que parece. Igual que el romero, que se extiende sin que apenas lo cuidemos, la sarga crece en pedregales y no le asusta la sequía, de modo que, aunque la reguemos con frecuencia mientras se hace moza, podremos plantarla cerca de la casa, donde podamos verla desde la ventana, cuando nos brille al sol de la memoria el griterío de la infancia.

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